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martes, noviembre 27, 2007

Cambrils

El 23 de agosto me subí a un tren y me fui a Cambrils. Un amigo mío me lo había recomendado el día anterior, y verdaderamente merece la pena. En la estación de trenes hice un poco el ridículo, ya que existe otro pueblo llamado Cabrils (sin la 'm'), que luego conocería, y que está en una montaña cerca de Vilassar de Mar. Como no recordaba si llevaba eme o no, me enredé dando explicaciones de su ubicación, del por qué de mi confusión, etc.

Cambrils (y no Cabrils) es un pueblito de 30.000 habitantes ubicado en la provincia catalana de Tarragona, un poco al sur de la capital de provincias y justo después de Salou.


El pueblo aparece documentado por primera vez en 1152, cuando el conde de Barcelona le entregó las tierras a alguien con la condición de que edificara allí un castillo. El pueblo creció rápidamente y participó en la reconquista (a los moros) de Valencia y Mallorca.

El pueblo se dedicaba a la pesca y a la agricultura. Pero debido al boom turístico de la década del 60, hoy día los servicios son su principal fuente de ingresos. Y turistas hay muchos.

Aquí se encontraba la antigua ermita de la Mare de Dèu del Camí, que data al menos de 1154, pero el edificio actual es mucho más reciente, de 1778. A la izquierda está una antigua torre de vigilancia. Hay también en alguna parte del pueblo otra iglesia muy antigua, que fue destruida por los piratas y luego reconstruida.


Al pasar junto a la iglesia me enteré que esa noche empezaban las fiestas del pueblo, y que durarían una semana. Mi plan no era quedarme a dormir, así que me las perdería. De hecho, lo único que me preocupaba en ese momento es que no había tenido tiempo de comer y ya eran las 3 de la tarde.

Decidí que la mejor idea para encontrar un sitio barato era buscar algo cerca del casco antiguo, que previsiblemente estaría en una zona elevada y algo alejada de la playa. Así que comencé a subir.

Vi un monumento un poco extraño:


A la gente de Cambrils le gustan mucho los canteros con flores. Tienen un sistema bastante práctico: en vez de plantarlas directamente en la tierra, utilizan unas macetas enormes que supongo que irán reemplazando cuando sea necesario. El resultado es que la jardinería del pueblo es impecable:


Subí hasta el final del casco antiguo. Todavía se conserva parte de la muralla, construida en 1359. La ciudad fue asediada varias veces, la peor de todas por tropas castellanas, así que las construcciones del casco antiguo no son tan viejas (son las que se ven en la foto).


Atravesé la entrada y comencé a pasear por sus calles, resignado a no comer nunca.


Me gustaron mucho las puertas, algunas eran muy elaboradas y otras eran simple tablones puestos para tapar el agujero:





Los balcones empotrados también me gustan. Está claro que el edificio es demasiado antiguo como para soportar balcones que sobresalgan, pero lo que no sé es si ya fue construido así o simplemente alguien en algún momento agrandó una ventana. Probablemente sea esto último, ya que en estas construcciones la cantidad de gente que hizo modificaciones es innumerable (aunque por suerte ahora no permiten cambiar la fachada).


Esto es muy extraño. Un bebedero enjaulado:


Esto quedó aprisionado entre dos edificios. Detrás de la puerta posiblemente no haya nada, porque el techo parece haberse esfumado.


Los edificios están pintados de colores alegres. Y creo que era la primera vez que veía cableado aéreo en España (en las ciudades siempre está bajo tierra).


Más cables arruinando una entrada que es bonita pero nada tiene que ver con el barrio.


Parece que aquí viven todos los jardineros del pueblo:




Posiblemente esto sea la iglesia parroquial de Santa María:



Comencé a bajar hacia la playa, abandonando el casco antiguo:


Esto parece ser la plaza central. El cielo no estaba nublado, es sólo que todas las fotos me salieron quemadas...


Ya había perdido por completo la orientación, y aunque creía estar yendo hacia el mar, en realidad estaba yendo hacia Barcelona. Así que me encontré un río casi sin agua, y decidí seguirlo hacia abajo, ya que los ríos suelen ser más inteligentes que yo. El paseo estaba muy cuidado.


Finalmente, desemboqué en la playa. Cerca, a la izquierda, estaba el puerto y supuse que todo terminaba allí mismo. A la derecha se extendían las playas, casi desoladas. Me pareció extraño, pero empecé a caminar en esa dirección. Había un par de lugares para comer pero no me convencieron. Así que seguí adelante.



He buscado en Google, pero no hay ningún General Belgrano español. Así que esta calle ("carrer" en catalán) tiene este nombre por el argentino que se rebeló contra España o por el buque hundido por los ingleses en la guerra de Malvinas. En cualquier caso, hay foto.


Me senté en un bar para comer pero como no me atendían me levanté y seguí, dispuesto a llegar hasta el final de Cambrils.


Aquí el camino se volvía de tierra y aparecieron carteles indicando a cuántos kilómetros estaban los siguientes pueblos. Así que saqué esta foto y comencé a regresar.



Hay muchos guiris (ingleses, alemanes, etc.) viviendo aquí. Dicen que Elton John tiene una casa. En cualquier caso, yo quiero una de éstas:


Ya estaba por llegar al puerto, límite urbano si los hay, y eran casi las seis y media de la tarde. Me senté en un bar, junto a una máquina que vendía unas bolas con regalos sorpresa por 1 euro (un éxito entre los niños), y un camarero muy amable me explicó que la cocina estaba cerrada, así que podía elegir entre un bocata o una Cruji-Coca. Elegí, para probar, una coca de atún, y cuando me la dio casi pido cubiertos. Era una especie de pizza cuadrada, sin tomate, colocada en una bandeja de metal que a su vez estaba hundida dentro de una bandeja de madera (para que no te quemes). A la derecha sobresalía, vertical, una especie de martillo que supuse que era para sujetarla. Pero no: el martillo se salía. Así que una de dos: o el martillo era para golpear a la coca hasta que se rindiera, o tenía otra utilidad. Tenía una forma extraña: la parte de arriba era como una cresta curva. Así que sintiéndome un poco más inteligente que el río (pero más extranjero) lo di vuelta y empujando hacia abajo vi que la coca se cortaba simplemente por la presión. Una buena idea, con alguien detrás que se llena de dinero vendiendo el sistema en la mitad de los bares catalanes. Y la verdad es que la comida estaba muy buena.

Justo antes del puerto había un parque lleno de niños. Pasearme por estos lugares con una cámara fotográfica me pone un poco nervioso, pero el lugar era bastante agradable:


Seguí caminando, atravesé el puerto, situado en una península natural de la costa, y entonces descubrí por qué no había gente en las playas, y apenas había bares. Cambrils comenzaba allí. Por delante se extendía un paseo marítimo que parecía tener kilómetros de largo, y todo el mundo estaba en esa mitad del pueblo, sobre todo en forma de inglesas de veinte años. Hasta había un McDonald's.

A unos pocos metros del puerto me encontré con esta antigua torre de vigía, construida en 1664.



Aquí también tenían un artista de la arena, que mostraba en fotos sus trabajos anteriores. Hoy había hecho un dragón.


Los viejos estaban jugando a la petanca ("bochas", en Argentina). Me hacían acordar a mi abuelo, que hasta no hace mucho jugaba todos los días a esto.

El de las bermudas lila no fabricaba las bolas, sólo tuvo mala suerte en esta foto.


Caminaba a toda prisa, ya que el último tren a Barcelona pasaba poco después de las 20. Quería llegar hasta el final de Cambrils, y casi lo logro. El pueblo es como un fideo extendido sobre la costa, y aunque en ese momento no lo sabía, la estación de trenes de Salou seguramente estaba más cerca. Pero aquí decidí regresar a lo ya conocido.


Saqué varias fotos al pueblo desde allí:




Probablemente lo que se ve al fondo es Salou.



En un momento de inspiración me dije que no llegaría si volvía por la costa, que lo mejor era trazar una diagonal hasta encontrar las vías y luego seguirlas. Todo iba muy bien hasta que el pueblo dejó de existir a unos 300 metros del mar. Finalmente, llegué a las vías, las crucé por arriba y me encontré caminando por el borde de la autopista (una mala idea, en los puentes no hay banquina/arcén). Lo peor fue cuando un cartel me dio la bienvenida a un pueblo que nunca había oído nombrar: Vinyols. Hice mis cálculos y decidí que estaba yendo hacia el oeste, así que iba bien, y que era improbable que hubiera pasado junto a la estación sin verla. Seguí caminando y un kilómetro más adelante me daban nuevamente la bienvenida a Cambrils. Casi tres kilómetros después apareció la estación, y hasta me dio tiempo de tomarme un café rápido.

Esperando el último tren a Barcelona:


No sólo era mi último tren, sino también el último para los que volvían de Port Aventura, que hasta hace poco era un parque de diversiones de la Warner. Así que el tren se llenó de niños exaltados y turistas gritones. Tuve la suerte de quedar rodeado de una familia de diez andaluces, que se iban rotando los asientos: por minutos tenía sentado junto a mí al padre en busca de paz, después al niño que me pateaba sin querer los tobillos, después a uno de sus cinco hermanos, que me miraba con asombro (cuando uso los MP3 o las gafas de sol me miran como si hubiera quedado ciego de repente y no me enterara). Cerca había un grupo de ingleses que no sabían ni dónde estaban, también estaban una mujer que le gritó algo a uno que estaba lejos y todo el mundo la miró (tal vez fuera el hijo), una quinceañera que se pasó todo el viaje mirándose en el reflejo de la ventana, etc. Faltó el loco que se golpeaba solo en el tren de Tarragona, los demás estaban todos.

Tormenta

Estas son unas fotos de la tormenta del 21 de agosto, tomadas desde la terraza. En Barcelona, las tormentas pueden venir tanto del mar como de la montaña, y en verano consisten en nubes muy negras, que al pasar sobre las montañas descargan muchos rayos. Cuando hay truenos es aún mejor, porque retumban en la sierra y parece que se viniera el mundo abajo. Luego, cuando un marplatense como yo piensa que el único lugar seguro es un búnker o la estación de metro más cercana, caen cuatro gotas (a veces cinco) y la tormenta se va. Unas pocas veces llueve muy fuerte, pero suele ser en verano y por la noche, y normalmente cuando estoy yéndome de viaje o perdido en un barrio que no conozco.

A la izquierda, el monte Tibidabo:


Zoom sobre la Torre de Telecomunicaciones (o Torre de Collserola) y el Templo del Sagrado Corazón (al que yo, en otros posts, he llamado Catedral erróneamente, porque para mí toda iglesia grande es una catedral):


Hacia la derecha (o sea, hacia el noroeste):


Hacia el noreste:

miércoles, noviembre 14, 2007

Tossa de Mar (2)

Continuaré ahora con la nota previa. Estábamos llegando a una cala ubicada al norte de Tossa de Mar, probablemente a pocos kilómetros, aunque el viaje en barco nos había llevado unos 40 minutos.

El barco nos desembarcó directamente en la arena. Me llevó unos segundos acostumbrarme a que el suelo no se moviera (era un día de bastante oleaje), y saqué esta foto con el barco al fondo:




La cala, hacia el otro lado:


Nos bañamos y nos acostamos al sol un par de horas. El lugar me fascinaba, una franja de arena ubicada entre dos montes a la que había llegado en barco. En esos montes había algunas casas, y me pregunté qué tal sería vivir casi en un acantilado, con el mar a unos escalones (o a un clavado) de distancia.

Lo que no me gustó tanto fue que el agua de mar, si bien estaba completamente transparente, era mucho más fría que en Salou, y que el fondo era de piedras redondeadas: debe estar muy bien para bucear, pero caminar sobre ellas es difícil. Fuera del mar la arena era muy gruesa.

Se comenzó a nublar un poco, y antes de regresar a Tossa decidimos explorar qué había al final de la cala, detrás del túnel:



Esta es una vista hacia atrás:


Antes de ingresar, una foto del "puerto" de la cala.


Del otro lado del túnel nos esperaba una playa sin arena:




No había nada más por aquí. Volvimos a cruzar el túnel.


Una vez de nuevo en la cala, vimos en el monte una especie de escalones que habían sido cavados en el borde con una pala. Subimos por allí hasta la parte superior del túnel. Desde allí se tenía una buena vista de la playa:




Y aquí se ve el otro lado, el de las rocas:


Caminando por allí arriba llegamos a un árbol que estaba colgado del acantilado:


Tuve la intención de subirme, pero como me resbalaba mucho sólo llegué a sacar esta foto:


Volvimos a la playa. Esta foto está sobreexpuesta, pero el camino me gustó mucho:


Después de tomarnos algo y de esperar media hora al barco, regresamos rápidamente a Tossa de Mar. Como era previsible, al volver no entramos en ninguna de las cuevas, y como íbamos a mayor velocidad terminamos empapados.

Sólo para hacer comparaciones, nos metimos al mar (aunque nos costaría secarnos). En Tossa el fondo marino sí tiene arena, y el agua parecía ligeramente menos fría que en la cala, aunque no podría jurarlo.


Ya se hacía tarde y no queríamos perdernos el último tren de Blanes a Barcelona. Así que volvimos a la estación de autobuses, y como faltaba bastante, nos fuimos a tomar un café a un bar igual a todos los demás, pero donde la camarera sólo hablaba inglés y sonreía mirando a los ojos. Ya me habían avisado de que era común que te atendieran en inglés o alemán, y que era aún peor en otros pueblos.

Nos subimos al autobús, y un rato después llegamos a Lloret de Mar. Allí teníamos la posibilidad de subirnos inmediatamente a otro autobús hasta Blanes, o perderlo e irnos en el siguiente, que pasaba unos 20 minutos después. Hicimos esto último, y caminamos hacia la costa, que estaba a sólo unos seiscientos metros de distancia.

Aquí llega el momento más difícil de mi relato, intentar contar lo inexpresable, sabiendo que no lo lograré. Me permitiré un rodeo. Explicarle a un argentino lo que es la vida en Barcelona ya es casi imposible, por varias razones. Una es la inevitable simplificación: aburriría contar la cantidad de detalles que hacen que la vida aquí sea tan especial, y sin embargo esos detalles son imprescindibles: desde ver a alguien paseando por las Ramblas desnudo o con una muñeca inflable bajo el brazo, hasta que el empleado del metro en un minuto te dé una tarjeta de 10 viajes nueva porque la tuya se te ha doblado. Otra razón es la también inevitable incredulidad: aunque uno matice una y otra vez sus afirmaciones, uno generalmente recibe una mirada que dice: "me estás mintiendo", o, con suerte, "estás exagerando". Esto último es previsible sobre todo cuando se habla con alguien que no ha vivido nunca fuera de Latinoamérica, y que asume (sin saberlo) como algo universal cosas que sólo son costumbres más o menos locales.

Vuelvo a esos seiscientos metros que nos separaban de la playa. Eran las ocho de la tarde, y era sábado. Los bares y discotecas empezaban a abrir, aunque estaban todavía vacíos. Parte de las turistas (digo en femenino porque eran casi todas mujeres, tal vez por lo temprano de la hora) estaban haciendo cola o paseando en busca en invitaciones con descuento. El idioma de las promotoras era el inglés, que era lo único que todos en esa calle sabían hablar, aunque las turistas hablaban entre sí en alemán, francés e idiomas germánicos que no sé identificar. Las mujeres tenían entre 20 y 25 años, y casi todas eran sencillamente impresionantes. Tenían los mejores cuerpos y los mejores rostros de Europa, y además parecían sociables. Como he dicho en otra parte, el estereotipo de la nórdica fría y altiva es una gran mentira argentina. En breve, era como estar de viaje de egresados con una escuela de supermodelos. Era como todo lo que yo quería a los 20 años. Ese lugar típico de películas para adolescentes existe, y estaba allí. El único requisito de entrada es poder hablar en inglés (como dicen varios argentinos de aquí: si en la escuela hubieran avisado que el inglés servía para esto, lo hubieran estudiado a fondo).

Frente de un hotel en Lloret de Mar:


Finalmente llegamos a la playa. La de Tossa me gustó más (posiblemente sea la playa más linda que jamás haya visto, perdón Brasil). La de Lloret de Mar tiene muchos edificios. Aunque con sol y gente tiene que ser mucho más interesante.


Al final se ve el castillo de Lloret, que por falta de tiempo quedará para otra vez:


Un bar con mesas en la arena. Es raro que permitan hacer esto.



Se hacía tarde para volver a Barcelona, así que rápidamente averiguamos cuánto salía un hostal y volvimos a la estación. Regresamos a Blanes, nos subimos último tren a Barcelona cerca de un africano que sudaba con un olor horrible, salimos por las escaleras mecánicas oliendo al mismo africano mientras éste conseguía el teléfono de una alemana, me fui en metro a casa y ya está.