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lunes, enero 31, 2011

Menorca: calas Mitjana y Macarella

Al día siguiente fuimos a conocer las dos calas más famosas de Menorca. Primero visitamos la cala Mitjana (Mediana), de arenas blancas, agua turquesa, y enmarcada por rocas del mismo color que la arena.


Como había demasiada gente para nuestro gusto, y muy pocas posibilidades de ver algo con snorkel, decidimos atravesar el monte de pinos para llegar a una cala cercana y menos abarrotada. El problema era que el monte era muy empinado, pero al menos tenía buenas vistas.




La gente ensayaba clavados desde una antigua plataforma de hormigón, ubicada por detrás del acantilado. Luego de caer de una docena de metros, se quedaban flotando en el mar.


Mientras caminábamos, una niña, cansada por la caminata, le pidió a sus padres que le compraran un barco. Yo también quiero uno. Y también vivir en verano en Menorca.

De todas maneras ya llegábamos.


"¿Te gusta esta cala?" "Sí, hoy dejemos el barco en esta."


Una vista de la playa.


La bajada era muy empinada. Habría que juntar fuerzas para regresar. Por suerte teníamos comida en las mochilas, y litros y litros de agua.


Hicimos un poco de snorkel, comimos, nadamos, etc. Viendo a nuestros vecinos decidí que no me hubiera gustado de niño ir a una playa nudista con mis padres.

Después de pasarlo bien durante unas horas regresamos al coche, y por la tarde llegamos a la Macarella, otra cala famosa y todavía más llena de gente, pero al menos con lugar para dejar el coche cerca de la playa. Aunque el paisaje era brutal, y todavía hacía mucho calor a las seis de la tarde, el agua estaba llena de algas negras en la orilla, que hacían que poca gente se metiera (para muchos europeos, si hay aunque sea dos alguitas flotando, el agua está sucia y no se bañan). La verdad es que era un poco desagradable, pero dentro se estaba muy bien. De todas maneras duramos sólo una hora, y volvimos pronto al hotel.


Era el cumpleaños de mi novia, así que fuimos a cenar al puerto de Ciutadella, lleno de restaurantes de pescado fresco. Dimos antes una vuelta por la ciudad, y un par de fotos sobrevivieron:



Sólo nos quedaba un día más en la isla, así que después de meternos en la piscina nos fuimos a dormir temprano, para recorrer una última cala al día siguiente.

domingo, enero 30, 2011

Menorca: calas Els Alocs, Pilar, Cavalleries. Faro.

El día siguiente nos levantamos temprano para ir a conocer algunas calas que nos habían recomendado. La primera tendría el acceso más complicado de todo el viaje. Después de recorrer varios kilómetros por un camino abandonado de tierra roja y piedras muy grandes, sufriendo por el coche de alquiler en que íbamos (que de 4x4 no tenía nada), le pasé la conducción a mi novia, que no sufre tanto por estas cosas, y al final estacionamos a un costado. No veíamos el mar, pero el GPS prometía que estaba a unos centenares de metros.

Llegamos entonces a una cala de piedras, llamada Els Alocs, sólo ocupada por un nudista. Casi todas las calas mezclan gente que hace nudismo y gente que no, pero este hombre prefería la soledad.


Detrás del monte se adivinaba nuestro destino, la cala del Pilar. Teníamos casi una hora de caminata por delante. Valoramos por un momento la posibilidad de ir nadando o flotando, ya que por mar eran sólo unos metros, pero no teníamos forma de evitar que se mojaran las mochilas. Con un bote inflable, o unas bolsas bien aisladas, hubiera sido mucho más divertido.


La cala se encontraba a la izquierda de este monte de un color rojo intenso.


Y en la próxima foto, la cala. A la izquierda, entre las rocas, brotaba un hilo de agua muy tenue, pero la gente aprovechaba para recoger el barro que podía y embadurnarse el cuerpo, muchas veces desnudo. Luego se dejaban estar al sol hasta que el barro se secase, y cuando el calor resultaba insoportable se metían al mar para lavarse. Según parece, es una forma saludable de incorporar minerales al organismo. Lo cierto es que cuesta ponérselo y cuesta quitárselo, incluso cuando uno se limita a escribirse unas letras en el pecho (es que no tengo mucha paciencia).

En cualquier caso, dejo unas fotos de la cala.



Hicimos un poco de snorkel, comimos, y cuando nos terminamos los 3 litros de agua que habíamos llevado decidimos volver. Los siguientes días llevaríamos cada vez más agua, pero aún así, siempre se nos acababa. Este es el camino de montaña que nos esperaba para el regreso.


Volvimos conduciendo por el mismo camino. Una vez que las piedras empezaron a ser sólo del tamaño de un zapato, empezamos a ir más rápido, En un momento tuvimos que frenar, de todas maneras, ya que dentro del coche era una licuadora, y mi hermana y mi cuñado, sentados detrás, parecían crash test dummies a punto de intercambiarse el asiento. Por el retrovisor se veían pasar las cabezas, fugaces.

Con más calma fuimos hasta la cala de Les Cavalleries, de un acceso mucho más fácil. Al llegar a la costa se ofrece la posibilidad de ir a la playa de la izquierda o de la derecha. Decidimos ir a la de la derecha, que tenía menos gente, pero esta es una foto de la otra:


Bajamos a esta cala, donde abundaban los nudistas. Sobre el final había unos metros de arena.






Hicimos nuevamente snorkel. La playa resultó tener muchos juncos y rocas muy accesibles, y una variedad de peces increíble. Creo que los siguientes días no conseguiríamos ver ningún pez que no hubiéramos visto ya aquí.


En España, por algún motivo que desconozco, en otras épocas no delimitaban los campos con alambradas: no, era demasiado fácil. Aunque uno tarde años enteros, queda mucho mejor apilar piedras. La verdad es que este aspecto de la idiosincrasia española me parece admirable. Este muro, de más de un metro de alto, parecía extenderse por varios kilómetros.


Atardecía, y queríamos ir a ver el sol ponerse en el mar en uno de los extremos de la isla, famoso por su faro. Así que emprendimos el regreso, con una última mirada a este sitio tan espectacular.


Me gustan las fotos de rocas en el agua. No sé por qué, será alguna cosa de marplatense. Claro que aquí no hay olas que rompan contra las piedras.


El camino al faro bordeaba unos acantilados muy altos, y aún así seguíamos subiendo. Al fondo se veía una ciudad, pero no sé cuál.


Llanura vacía y acantilados, todo junto. Mi ciudad natal hace 200 años.



Las rocas, erosionadas por el viento, tenían formas extrañas. Daba la sensación de que no estábamos solos.


Esto realmente me sorprendió.


¿Eran pequeños íconos indígenas? ¿Una raza alienígena había bajado hace miles de años para jugar con las rocas? ¿Podía ser simplemente casualidad?


Llegamos al faro.


Junto a él, se encontraba una pequeña cantera. Empezamos a pasear. La gente se entretenía formando piloncitos de rocas. Sin embargo, yo ya estaba convencido de que los originales eran de la misma gente que la de la Isla de Pascua. O desechos de gigantes, similares a los que había visto en Cerdeña.


Encontramos una cueva.


La oscuridad dentro era total. Además, la cueva trazaba unas curvas, por lo cual no llegaba nada de la luz de la entrada. Nos iluminábamos primero con encendedores, que pese a lo que digan las películas afirmo que son completamente inútiles, y luego a golpe de flash, sacando una foto tras otra sólo para ver un poco. Íbamos tanteando, sobre todo para protegernos la cabeza, y nos comunicábamos con los que volvían con frases inconexas, que en realidad sólo pretendían emitir algún sonido para marcar nuestra posición.


Pero el final de la cueva valía la pena, ya que desembocaba dentro del acantilado. Abajo, mar y una muerte segura. A los costados y por encima, toneladas de piedra.


Me asomé hasta donde mi vértigo me lo permitía.


Volvimos otra vez a la superficie, y empezamos a caminar hacia el sol, esperando el atardecer.


Estábamos a por lo menos 200 metros de altura, sobre un acantilado de vértigo.


Pasamos junto a la pequeña cantera.



Nos sentamos a esperar la puesta de sol.



En el horizonte se había acumulado bruma, como es normal en la costa del Mediterráneo. En Cataluña el agua evaporada suele formar una especie de neblina tenue durante las tardes de verano que invade los pueblos de la costa.

En el mar, algunos barcos paseaban alrededor de la isla. Decididamente, la mejor forma de conocer Menorca es tener los papeles necesarios y alquilar un barco pequeño, o una lancha a vapor. Además, hay calas a las que sólo se puede llegar por mar.



Al día siguiente recorreríamos las calas más famosas de Menorca, pero eso queda para otro post.

lunes, enero 10, 2011

Menorca: Binibequer

El retraso que llevo con el blog es tal que ya ni siquiera puedo decir "el año pasado...". Así que diré que, durante el verano del 2009, fui con mi novia, mi hermana y mi cuñado a Menorca, a hacer un poco de snorkel y de turismo.

Llegamos por la mañana al aeropuerto de Mahón, ciudad famosa por ser el origen de la mayonesa (mahonesa en muchos sitios), por mucho que les duela a los franceses. Como nuestra guía (mi novia) nos explicó que en la ciudad no había mucho que ver, recogimos el coche alquilado y bajamos al pueblo de Binibèquer (Binibeca en castellano). Eran más o menos las 9 de la mañana y el pueblo aún dormía.



Binibèquer es un pueblo tradicional de pescadores, aunque con poca actividad comercial.


En realidad no hay mucho más que decir del pueblo, salvo que es precioso. Sus paredes blancas (supongo que para atenuar el calor) reflejaban una luz azulada durante esa mañana veraniega.



Aunque el pueblo viejo es pequeño, sus calles formaban un verdadero laberinto que hablaba de épocas donde los coches no existían y la gente se distribuía los espacios como podía. A veces veías una puerta en un primer piso y te preguntabas de dónde venía el puente que llevaba a ella. En otras ocasiones era más fácil.


Las ventanitas verdes, de unos 15 centímetros de alto, eran curiosas. Tal vez eran así para protegerse de los temporales, o porque el acceso a la leña era complicado, o para evitar que entrara el calor en verano.


Algunas casas habían sido rediseñadas y tenían ventanales más grandes y espacios más abiertos.



La arquitectura también hablaba de épocas en las que medir 1,70 era ser muy alto.




El puerto del pueblo:





Había unas casas impresionantes:


Después de recorrer Binibèquer y desayunar algo, fuimos a Cala n'Porter, que tenía muchos turistas del norte de Europa, sobre todo familias, y en las que hicimos un poco de snorkel. El agua estaba caliente, la única contra era que había tal vez demasiada gente y pocos peces. El cambio de color en el agua (más turquesa dentro) avisaba que allí la temperatura del agua bajaba mucho.


Después de acomodarnos en una especie de casita exterior y ajardinada, en un hotel con piscina de la isla, fuimos a recorrer un poco Ciutadella. Mi cámara y yo no logramos hacer fotos aceptables de noche, así que hay que ponerle un poco de imaginación.


Ciutadella fue fundada por los cartagineses y desde entonces ha ido pasando de manos. Fue gobernada por los moros, luego fue recapturada por la Corona de Aragón, luego llegó a ser un puerto muy importante en la Edad Media, pero entonces los turcos la asediaron durante días y vendieron a todos sus habitantes en el mercado de esclavos de Estambul. Hoy día ya no es la capital de la isla, pero con Mahón es una de las dos ciudades más importantes.

Como en las demás islas Baleares, se habla el mallorquí (una variante del catalán), el castellano, y el alemán e inglés. Muchas de las viviendas de las islas fueron compradas por estos últimos, que son la principal fuente de turismo. Para volar de Barcelona a Berlín, por ejemplo, lo mejor es hacer una escala en Mallorca, ya que hay muchos más vuelos baratos desde allí que desde esta ciudad.

Comparando islas, dicen que Menorca es más cara que Mallorca, y creo que menos cara que Ibiza. Como Ibiza es Ibiza, y Mallorca es más económica, Menorca es aún un poco más exclusiva, según dicen.

En cualquier caso, intentaré subir pronto otras fotos de Menorca, una isla en la que me encantaría pasar veranos enteros, y luego pasaré a otros destinos que se me han acumulado: Argentina, Madrid, Croacia, Estambul, para no tener que decir "hace 4 años...".