Google
 
Web En este blog

martes, mayo 15, 2012

Nieve en Barcelona

Como esta semana están haciendo hasta 30 grados en Barcelona, me acordé de unas fotos que tenía para subir de aquella vez que nevó en Barcelona. Es muy raro que la nieve caiga en la ciudad, porque está al nivel del mar, pero ese día se dieron las condiciones y ya por la mañana, en el trabajo, comenzaron a caer los primeros copos. Así que un amigo y yo nos vinimos a comer a casa, y a eso de las cuatro de la tarde nos encontramos con la Plaza del Sol así.



El viento arremolinaba los copos en la plaza, que delante de mi ventana de hecho imprevisiblemente ascendían.




Nos abrigamos y salimos a dar una vuelta. La idea era visitar el Parc Güell, a una media hora de caminata.



Una callecita de Gràcia.



La Ronda del Mig estaba helada. Entre los coches y la anarquía parecía estar al borde de un choque en cadena. Había algunos que no se daban cuenta de que no todos los días se puede ir a 60 km/h.




Debido a la falta de previsión el ayuntamiento no había echado sal en las calles, y la nieve y la pendiente eran un auténtico desafío para muchos conductores que, sin cadenas, no parecían saber usar las marchas. Vimos que un coche, a la salida de un semáforo, se iba para atrás, derrapando sobre el hielo. Algunas calles estaban bloqueadas con coches abandonados. Incluso vimos este autobús barrial dejado justo al principio de una subida, con el cartel delantero encendido (no sé cómo pensarían arrancarlo al día siguiente).



La calle que sube al Parc Güell es terriblemente empinada,  así que había que afianzar cada paso para no resbalar (la bajada sería aún peor, incluso rescatamos a una señora que bajaba sin control, haciendo equilibrio con unas bolsas).



Cuanto más alto, más nieve.




La soledad en estas calles era palpable.





Hicimos un pequeño muñeco de nieve sobre el techo de un coche. Ramas había por todas partes: los árboles de Barcelona no conocían el peso de la nieve.



Entramos al parque. Los rumores decían que estaban a punto de cerrarlo, o que incluso ya no se podía entrar, porque se estaban cayendo árboles enteros y era peligroso. Pero entramos con decisión y no parecía haber policía todavía.



El famoso dragón de Gaudí, cubierto por la nieve.



Allí sí que se había acumulado toda una nevada.



Esta es la plaza superior, que según leí en una guía fue diseñada por Gaudí a partir de la huella dejada por el trasero de un obrero sobre una masa de arcilla. En el medio se había formado una especie de lago helado.



Imposible llegar a ver el mar. De hecho, no se podía ver a más de 500 metros.



Quitamos un poco de nieve para medir su altura, debía tener unos 10 centímetros.



Mi amigo se decantó por el arte efímero.



Se escuchaban crujidos y la caída de ramas por todas partes. El tema ya empezaba a asustar, sobre todo porque ya no quedaba casi nadie en el parque, y entre los pocos que cruzábamos se respiraba un poco de nerviosismo. Los árboles parecían vencidos por el peso de la nieve: sacudimos algunos para liberarlos, pero pronto desistimos porque en cuanto los tocabas se partía alguna rama.



Una de las pasarelas:



Uno de los balcones. Qué decepción ver, al ir de nuevo este año, que habían puesto unas barreras de metal espantosas para que nadie se acercara a ellos.



Un árbol completamente caído sobre el camino por el que íbamos. Ya mirábamos con desconfianza las copas de los que teníamos encima.



Ya estaba por caer la noche, así que salimos del parque y emprendimos el regreso. La gente improvisaba trineos con bolsas de plástico, o incluso se deslizaba a toda velocidad sobre el hielo, aprovechando la pendiente, tratando de llegar hasta el final de la calle (pero los que no caían acababan abrazados a algún coche).



Y con un largo descenso, y un crèpe caliente de dulce de leche, se acabó para mí el día en que nevó en Barcelona. Otros amigos no tuvieron tanta suerte, y tuvieron que pasar toda la tarde encerrados en su coche, sin poder regresar a Barcelona. A uno incluso lo chocó por detrás dos veces el mismo coche, ya que no todo el mundo sabe frenar con hielo en bajada.

En la realización de estas fotos no se dañó ningún árbol, coche o muñeco de nieve. Y el Parc Güell ya está perfecto otra vez. ¡A ver cuándo nieva otra vez!


miércoles, julio 20, 2011

Argentina: Ushuaia

Salimos de El Calafate con destino Ushuaia, la ciudad más al sur del mundo para el que no lo sepa, y la capital de la Isla Grande de Tierra del Fuego (que no se llama así por calurosa, ni por los incendios, sino por el humo que los navegantes europeos vieron salir del interior de las chozas indígenas).

Nos esperaban mi tía, su pareja y mi primo, que hacía rato que no veía y que se cuentan entre las personas que más quiero. Aunque sólo íbamos a estar dos días, sospecho que cancelaron viajes y planes para poder estar con nosotros, y aunque no era necesario, esto muestra el material del que están hechos.

Era ya mi quinta o sexta visita a la ciudad, que había sido una de mis opciones en mi partida de Mar del Plata. Otra había sido Buenos Aires, una ciudad completamente opuesta. La tercera, la que me tentaba y a la vez me intimidaba por aquello del temor a lo desconocido, era Europa. Con un poco de arrojo y todos mis ahorros invertidos, aquí estoy. Pero si hubiera tenido un plan claro de qué hacer en una ciudad como Ushuaia, lo hubiera intentado, es un lugar excelente para vivir.

Dimos un paseo por el Parque Nacional Lapataia, ubicado al oeste de la ciudad, detrás de las montañas que envuelven y protegen a Ushuaia de los hostiles vientos patagónicos.

El parque, enorme, contiene varios lagos y lagunas.


La versión local dice que las frutillas (fresas en otras partes del mundo) fueron descubiertas en la isla por un francés llamado Fresón (o como se escriba), que las habría enviado a la corte y de allí el nombre. Otras versiones dicen que en realidad los romanos ya cultivaban fresas, o algo parecido. Pero en cualquier caso es sorprendente ver cómo en el Parque Lapataia son tan abundantes, sin que nadie las cuide ni las cultive. Además, otras flores silvestres ayudan a darle al paisaje un color rojizo que al parecer sólo se presenta en verano.



Llegamos a la Laguna Negra, que me produjo una sensación rara, como si estuviera observando una enorme mancha muerta de petróleo, o algo totalmente desprovisto de vida. Además de no haber animales a la vista, los bosques fueguinos son terriblemente silenciosos, ya que casi no tienen pájaros.



Los Andes, al fondo, poco antes de sumergirse bajo el océano, o comenzando su ruta como espina dorsal de América, según cómo se lo mire.

Al costado de la laguna hay una extensión enorme de turba, que al pisarla se hunde bajo los pies como si uno caminara sobre un colchón.


Otra laguna, tan silenciosa como la anterior.


Hace ya muchas décadas a algún iluminado se le ocurrió criar castores en la isla para vender su piel. Como siempre pasa, se le escaparon varios, y al no tener depredadores naturales, se convirtieron en una plaga. A estos animalitos les crecen los dientes sin parar, y para gastarlos tienen que ir royendo madera constantemente. La madera la encuentran en los bosques milenarios de lenga, un árbol que tarda muchísimo en crecer. Con los troncos construyen embalses, y en el medio de esos embalses hacen su madriguera subacuática.

Uno de los problemas de esos embalses es que consiguen desviar el curso natural del agua, enviando ríos por allí donde nunca los hubo, y secando cauces históricos. De esta manera, los habitantes de Ushuaia alguna vez se amanecieron descubriendo que un río atravesaba la ciudad en dos, por ejemplo. Es por esto que está permitido dinamitar las madrigueras con los castores dentro. Es, por supuesto, una tarea casi imposible volarlas a todas, ya que la isla es enorme (como una Cataluña y media, por ejemplo), y una población muy reducida, repartida en cuatro ciudades que suman como mucho unos 120.000 habitantes.


Este sería el Lago Roca:



Seguimos en coche hacia el Lago Escondido. En lo más alto del paso entre las montañas había una excelente vista panorámica, aunque el viento y el frío eran intensos.



A los pies del lago, junto a la única construcción de la zona, que al parecer compró la familia Kirchner con dinero de todos. Tienen buen ojo: el lugar, totalmente apartado de la civilización, tiene un gran potencial para ser arruinado.


Mientras regresábamos a la ciudad, comenzó a nevar en la ruta de montaña. Vaya veranito...


Al día siguiente subimos al Glaciar Le Martial, pero la nieve y unos cafés bastante kitsch nos hicieron volver, y nuestro guía, mi primo, nos llevó a uno de sus lugares preferidos de cámping: Playa Larga. Es la continuación de la costa de Ushuaia hacia el este, donde un camino de tierra desemboca en una estancia donde cualquiera puede entrar (sin perros, y cerrando el portón para que no se escape el ganado). Siguiendo la costa se atraviesa un bosque que estaba más bien embarrado por la llovizna que había caído y que amenazaba con volver. Después de un rato nos encontramos con un claro sobre la costa.

Al sur, unas islas y muchos kilómetros hasta la Antártida:


El bosque del que veníamos, y que nos rodeaba:


El cielo presagiaba problemas.


El lugar habitual de camping de mi primo con sus amigos.


Regresamos a través del bosque, intentando no resbalar:


Entonces acabó nuestra corta estancia en Ushuaia. Tengo que agradecer a la gente de allá por ser como es, y especialmente a Ricardo (¡y su espléndido pollo al disco!). Por cierto, también visitamos una cabaña en el medio de la nada que acababan de comprar, probé un hierbajo que olía y tenía sabor a cebolla, y también me aventuré un rato en la noche pingüina (apodo que se ganaron por la forma de caminar, dificultosa por la pendiente de las calles). También vi el avance de ciertas nubes negras que llevaban unos años acercándose a Ushuaia: el traslado de parte de la gente más peligrosa de Buenos Aires (de Fuerte Apache) a la ciudad, seguido por el talado de medio bosque de la ciudad para construir chabolas (una cicatriz claramente visible desde todas partes), y la corruptela de los Kirchner y asociados. De hecho, en el aeropuerto nos acompañaba D'Elía, un personaje funesto que despertó en mí una gran indignación y ganas de violencia, aunque por suerte no subió al avión: sólo estaba allí para despedir a un par de políticos corruptos. En su rostro se leía la satisfacción de haber cerrado un buen trato.

Volvimos a Buenos Aires, después de cuatro horas y media de avión, e inmediatamente subimos al enésimo autobús (micro) hacia Mar del Plata. Ya se sabe quién ganó en aquella guerra civil argentina: los centralistas.

martes, julio 19, 2011

Argentina: Glaciar Perito Moreno

Desde Mar del Plata, un par de días después de la Navidad, iniciamos un viaje triangular entre Buenos Aires, El Calafate y Ushuaia.

Llegamos por la tarde al pueblo patagónico de El Calafate, un conjunto de casas mal repartidas por una meseta desértica. Circulaba el rumor en Argentina que la ciudad había mejorado mucho gracias a la urbanización y la corrupción de la presidenta, que había hecho de la zona su hogar y de sus hoteles su jubilación, pero tengo que decir que, a menos que las inversiones estén escondidas entre las montañas, El Calafate no tiene nada destacable. El día que una ráfaga de viento arrase con todo tal vez valga la pena sacarle una foto.

Por supuesto, El Calafate no sería nada más que otro pueblo de la meseta patagónica si no fuera por su proximidad (80 kms.) al glaciar Perito Moreno, un río de hielo que avanza lentamente hasta dividir un lago en dos, y cuyo frente se desmorona abruptamente cuando la diferencia de presión entre un lado y el otro logra socavar su estructura. Supuestamente el ciclo avance/derrumbe es de cuatro años, pero ahora a veces tarda una década en caer y otras veces cae dos años seguidos.

Después de alojarnos en un lindo hotel (aunque con vistas al polvo y a la nada), vimos que era imposible ir en autobus al Glaciar por los horarios de regreso, y que era mucho más barato alquilar un coche que ir en taxi, así que gracias a la ayuda del hermano de un amigo mío conseguimos nuestro propio auto.

La mañana siguiente fuimos temprano al glaciar y empezamos nuestro paseo desde un extremo de la pasarela, que ha ganado kilómetros desde la última vez que estuve allí.



Las paredes del glaciar llegan a los 60 metros de altura. Como no hay nada cerca que sirva para hacer escala, parecen más bajas de lo que son. Pero cuando cae un trozo vertical, el estruendo y el temblor bajo los pies te recuerdan que un edificio de 20 pisos hace mucho ruido al caer.

La esperanza secreta del que visita el glaciar es que sea justo ése el día en que se va a caer todo. Pero las probabilidades son que eso no pase y que haya que disfrutar de la caída de algunos trozos, imponentes eso sí. Esta era mi cuarta vez en el Perito Moreno, y aunque cayó algo, no se comparaba en absoluto con la primera vez, cuando con mi primo y mi hermano nos internamos por el bosque de debajo de la pasarela.

Por aquí pasaba una pequeña corriente que intentaba nivelar los dos lados del lago, ya bloqueados. Sin saber mucho del tema, me imagino que, si no pasara nada de agua, la diferencia de presión sería enorme, y que este fluir constante de agua va agrandando esa cueva que, un día u otro, se desmoronará por completo en unas pocas horas.


Dicen que los hielos tardan 10000 años en llegar desde la parte superior del glaciar hasta su frente. Este hielo que se ve aquí, entonces, es de antes de que los griegos supieran sumar dos más dos. Las líneas de color serían tormentas de polvo o algo así.


Paramos a comer algo sobre una piedra muy grande junto al lago. Entonces, una multitud de europeos que hasta el momento deambulaba sin rumbo, desconociendo qué estaba permitido o no, y sin saber dónde podían comer sus sandwiches, decidieron acompañarnos. Así que durante un par de minutos estábamos mi novia y yo rodeados de soledad y del rumor de las olas del lago, y un par de minutos después estábamos por más gente de la que cabía en la piedra, con un francés apoyándome la bota en la espalda, escuchando una mezcla indigerible de idiomas. Había otra piedra cerca, pero nadie se atrevió a inaugurarla. Ay, europeos. A veces me hacen temer por el futuro de la humanidad. En cualquier momento habrá que fabricar camas que tengan un cartelito de "Se permite el sexo aquí".

Un rato después subimos al barco turístico, ese que a todo argentino le parece carísimo pero que al final vale bastante la pena.


Como el glaciar es imprevisible, el barco no se acerca a más de 50 ó 100 metros de la pared de hielo, pero al menos la perspectiva es algo diferente.





En el medio del bloque, donde uno no se lo esperaría, otra filtración y su cueva. Mientras tanto, se escuchaban todo el tiempo chasquidos y truenos provenientes del hielo, debidos al reacomodamiento interno.


Un borde del glaciar, erosionando todo a su paso. La presión del hielo, transmitida hacia abajo desde la cima, tiene que ser enorme.


Volvimos al coche, donde recordé que, cuando uno deja las luces puestas, un auto europeo hace sonar una alarma, pero no en Argentina. Por suerte todavía tenía batería suficiente para arrancar, volver a El Calafate, donde se cultivan como flores aquello que en Mar del Plata son yuyos (hierbajos), y partir rumbo al aeropuerto, con Ushuaia como próximo destino.