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miércoles, octubre 08, 2008

Parque del Laberinto

El 23 de abril es fiesta (feriado) en Cataluña por ser el día de Sant Jordi. Este santo (San Jorge en español) es el patrono de Inglaterra, Grecia, Rusia, Portugal, y de Cataluña también. Según la leyenda, era un soldado romano que viajando llegó a un pueblo donde la gente vivía atemorizada por un dragón y para evitar mayores males entregaban cada tanto una doncella (o sea, una virgen) para que tuviera algo para comer. Este soldado decidió enfrentarse a dicho dragón y lo mató. Por supuesto, para cada país el lugar donde esto sucedió es diferente, y en Cataluña se cree que todo habría pasado en Montblanc (Tarragona). No se sabe si luego el santo tuvo suerte con la doncella.

La tradición local es que los hombres le regalemos una rosa a las mujeres (novias, hermanas, amigas) y las mujeres nos regalen un libro a los hombres. Barcelona se llena, hasta los últimos rincones, de puestos callejeros de venta de rosas y libros, y muchos autores eligen este día para firmar su obra.

Como no tenía que ir a trabajar, y el día era espléndido, decidí buscar el Parque del Laberinto. Más o menos tenía una idea de por dónde se encontraba, pero como vivía en una zona de montaña bastaba con equivocarme un poco para terminar en cualquier lado. De hecho, ya lo había intentado una vez, y había terminado en Canyelles visitando a mi primo. Además, el parque se encuentra un poco escondido del otro lado de la Ronda de Dalt, una autovía que rodea Barcelona por arriba ("dalt") y en la cual casi no hay referencias para el caminante.

Empecé a pasear por el barrio, metiéndome en callejuelas donde sobrevivía una Barcelona de mediados del siglo XX, con talleres al aire libre, bares de toda la vida, casas con jardín, y donde había una calma de siesta o de domingo. Algunas zonas de bosque sobrevivían dentro de la ciudad.




Ahora veo que estaba un poco perdido, porque esta esquina, ubicada en la avenida del cardenal Vidal i Barraquer, estaba un poco fuera del recorrido. Pero Barcelona sigue sorprendiéndome, esta vez con un monumento a las cerillas (fósforos).



Cerca de la Ronda de Dalt estaban jugando al tenis:


Llegué finalmente a la ronda y, sólo por intuición, decidí caminar hacia la derecha. Algunos edificios eran bastante extraños.


Pese a estar en la que tal vez sea la zona de Barcelona más alejada del mar, por la altura se lo podía ver a la distancia.


Finalmente encontré el parque. Me dejaron entrar gratis, tal vez por ser Sant Jordi, tal vez porque sí.


La vegetación en todo el parque es muy abundante, y hay zonas de verdadero bosque, aunque tal vez en esta foto no se note.


Sigue pareciéndome curioso que preparen estos canteros enormes sin una sola flor, como si fuera una plantación de lechugas, pero en el Palau de Pedralbes pasa lo mismo.



El Parc del Laberint es el parque más antiguo que se conserva de Barcelona, formaba parte de la finca de una familia, e incluye un jardín neoclásico del siglo XVIII (tal vez lo que yo en mi ignorancia he denominado "plantación de lechugas") y un jardín romántico del siglo XIX.



Como curiosidad, en este parque se filmaron escenas de El Perfume, y antes se hacían recepciones a los reyes. De hecho, la idea de construirlo fue de un marqués en 1791.


Hay una parte donde supuestamente hay una cascada, pero en abril había sequía en Barcelona y la mayor parte de las fuentes estaban apagadas, como para dar el ejemplo.


Una construcción rara, con frisos al estilo romano en los laterales, y que aparece aquí completamente perjudicada por exceso de luz.


Algunas estatuas pueblan el parque. Es muy recomendable ir en pareja, yo era el único que caminaba solo por allí.


Otra foto más. Es que me gustó mucho el sitio.


Dos estatuas flanquean el laberinto.



Y aquí el famoso laberinto, que, según Wikipedia, sigue un diseño similar al del cuento de Borges, El jardín de los senderos que se bifurcan.


Por supuesto, entré. En alguna época había ido a algún otro laberinto en Argentina, pero este es mucho más complejo, tal vez porque no se puede espiar por encima de los setos, están demasiado altos. Así que fui paseando, descartando posibilidades. Algunos niños corrían, jugando una competencia para ver quién salía primero.


En medio del laberinto se alza una estatua, rodeada de cuatro salidas falsas (no diré cuáles).


En algún momento logré salir, ya me estaba empezando a sentir atrapado. Bajé hasta otro jardín, también sin agua por la sequía, como indicaba el cartel.


En la salida (o entrada) del parque se alza esta biblioteca, cerrada a esa hora.


Y eso fue todo. Decidí bajar hasta Plaza Cataluña para comprar algunas rosas, pero ya los canales de televisión y conciertos al aire libre se habían adueñado del lugar. La cantidad de gente era impresionante. Además, ese día jugaba un equipo escocés contra el Barça en la ciudad, así que había mucho contraste entre el ejecutivo que salía a buscar una rosa y el hincha extranjero que ya había decidido ver borracho el partido. Y Passeig de Gràcia, ocupada por enormes carpas donde algunos autores famosos firmaban libros, estaba intransitable, caminar por allí era como hacer una inmensa cola de cientos de metros. Aún así, la gente iba con mucha calma, disfrutando como yo de una tarde primaveral, y de una tradición que está más viva que nunca.

Bonmont

El 21 de marzo, para algunos el primer día de la primavera, mi novia y yo fuimos en auto a comer a Salou y por la tarde visitamos el campo de golf Bonmont, en Mont-Roig del Camp, donde trabajaba su hermano.

Es un sitio muy grande, con los campos rodeados de unos pisos (departamentos) muy lujosos, y a pocos kilómetros de las playas tarragonenses de Hospitalet de l'Infant y Miami Platja.



No había casi nadie, salvo el personal (la mitad, argentinos), y el pato del campo de golf, con una trampa de agua por hogar, y con las alas recortadas para evitar su fuga.



Y ya está. Tenía estas fotos dando vueltas, de ahí este post, no se trata de publicidad encubierta, sino de una simple obsesión por seguir el orden cronológico...

sábado, octubre 04, 2008

Dinant

Nos sobraba un día antes de terminar el viaje, así que, siguiendo las recomendaciones de un amigo belga de mi hermana, decidimos conocer un pueblo llamado Dinant, ubicado en Bélgica.

En este mapa se ven todas las ciudades visitadas: Amsterdam, Amberes (Antwerp), Brujas (Bruges), Bruselas (Brussels) y Dinant. Las líneas no significan nada, sólo que me he robado la imagen de otro sitio:


Era el 18 de febrero, y después de más de una hora de tren desde Bruselas (debido a un fallo, hubo de dejar la mitad de los vagones en una estación intermedia), llegamos a destino. Hacía sol, y se estaba muy bien, casi hacía calor.

Dinant está dividida por un río, aunque en realidad antes no era así, sino que se alojaba en un único margen del río, con un altísimo acantilado de piedra detrás. Ya tenía pobladores en el neolítico, así que realmente se trata de un pueblo muy antiguo.

Vista de la zona más antigua. En lo alto, la Ciudadela:


Dinant ocupaba una posición estratégica para el control del río. Por esto fue muchas veces víctima de saqueos, a veces por parte de los mismos belgas. Por ejemplo, en el siglo XV el príncipe-obispo de la zona castigó un levantamiento del pueblo ahogando en el río a 800 pobladores e incendiando Dinant. Además, al otro lado del río Meuse tenía un pueblo rival, no sólo en el control del mismo, sino porque también se especializaba en el trabajo de una aleación de la plata llamada dinanderie, que en su momento tenía mucho éxito.

Vista del río

En los siglos XVI y XVII sufrió hambrunas, plagas y destrucción, debido a que, pese a ser neutral, tuvo que padecer la guerra entre Francia y España. Fue incluso invadida por Francia. En adelante sería invadida por Austria y por la Alemania de la Primera Guerra Mundial. En 1944, a los primeros signos de combate, la mayoría huyó.

La siguiente es la iglesia de Notre Dame, de estilo gótico. Fue reconstruida hacia 1227, después de que un desprendimiento de rocas del acantilado cercano destruyera la iglesia románica que allí se encontraba. La idea original era construir unas naves simétricas a izquierda y derecha, pero lo dejaron a medias y construyeron una enorme cúpula, mezcla de una cebolla y una linterna (no es broma, parecen ser términos de arquitectura).


Aquí vemos un acantilado junto a unos edificios. Al parecer, un gigante huyendo de Carlomagno partió la roca por la mitad, como explica la Chanson de Roland (¡de algo sirvió haberla leído en la universidad!)


Entramos a comer a un restaurante con vistas al río. La gente era muy amable, y los rostros eran muy diferentes a los de Brujas o Amberes. Nos encontrábamos en la parte francófona (valona) de Bélgica, opuesta a la zona que habla un idioma germánico (ubicada al norte). El año pasado hubo varios coqueteos con la idea de dividir el país en dos. De hecho, uno de los canales de noticias más importantes hizo la broma, durante un día entero, de divulgar la falsa noticia de que Bélgica se había escindido. Aunque a pie de pantalla decía que era una noticia falsa, mucha gente se lo creyó. Todavía sigue el debate.


El agua estaba limpia, cada tanto pasaban trocitos de madera, pero nada más. Los patos disfrutaban del sol.


Decidimos subir a la Ciudadela, una fortificación militar ubicada en lo alto del acantilado, lo que en su época debía hacerla casi invencible. El teleférico no estaba en marcha, así que pensamos que sería bueno para la digestión subir los 408 escalones de piedra.

Mirando hacia atrás, después de unos 100 escalones:


El ascenso era bastante cansador:


A mitad de camino, ya se veía en lo alto parte del muro.


Ahora sí estábamos alto.


Llegamos a la Ciudadela. Este fuerte fue construido por primera vez en el siglo XI, y mejorado en el 1530. Los franceses lo destruyeron en 1703, pero en 1821 fue reconstruido, conservando su aspecto hasta hoy. Fue escenario de combates durante la Primera Guerra Mundial, y entre los heridos se contó a Charles de Gaulle.

La puerta de la fortificación estaba cerrada, y éramos ya casi una docena de turistas. Golpeamos y después de 10 minutos, cuando ya estábamos por volver, abrieron. Entramos al patio de armas, pero cuando dijeron que para ver el resto deberíamos pagar, decidimos regresar a la ciudad. No sé si por los seis euros (lo normal son 3), o porque teníamos sed.

Patio de la Ciudadela:


De nuevo en la ciudad, dimos una vuelta, entramos a una tienda de artesanías donde no había artesanías, sino unas cosas increíblemente kitsch (hasta había estatuas de perros, algunas a escala natural).

Entramos a la iglesia, que, como parece ser común en Bélgica, abusaba del constraste entre diferentes estilos. Había hasta cubismo allí dentro.





Salimos a ver el resto del pueblo, había algunos edificios interesantes.


El acantilado del pueblo me encanta. Debe tener como 80 metros de alto, y ahí está, tan vertical que no se entiende. De todas maneras nadie construye justo debajo, no se confían demasiado, aunque a unos cinco metros ya sí se atreven.


Empezamos el regreso hacia la estación de trenes.


Regresamos a Bruselas, pasamos la noche allí, y a la mañana siguiente mi madre subió a un vuelo que la llevaría a Madrid y luego a Argentina. Una hora después mi hermano y yo subimos a nuestro vuelo directo a Barcelona.