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lunes, agosto 31, 2009

Cerdeña (2)

Al día siguiente continuamos recorriendo la isla de Cerdeña en coche. Llegamos a un campo donde se desparramaban pequeños montes de piedras redondas, apiladas como si hubieran caído del cielo. El efecto era aún más curioso porque en los alrededores de estos montículos no había ni una sola piedra suelta.



Llegamos a una playa del noreste de la isla.


Estábamos cerca del Capo d'Orso, llamado así por una roca gigante que parece un oso. Después de ir descartando camino tras camino con el coche, descubrimos que la cala a la que pretendíamos llegar era privada y no podíamos acceder de ninguna manera. Así que tuvimos que dar un rodeo bastante grande para poder seguir hacia el sur. En el camino, una tortuga gigante se asaba en el asfalto. Ya sé que la foto es poco interesante, pero me gustan las tortugas, parecen como si llevaran milenios recorriendo la isla. La bañamos en agua pero no pareció hacerle demasiada gracia, aunque tampoco estábamos seguros, las tortugas no se destacan por su expresividad.


Después de recorrer un poco, encontramos una casa rural a buen precio, con piscina, y bastante cerca del mar, en un pueblito muy bien cuidado llamado La Conia. Esto era lo que veíamos desde la habitación:





Y esta es la casita:


El día siguiente, 29 de agosto (sí, ya llevo un año de retraso en el blog!), intentamos ir a una sub-isla de Cerdeña, llamada Magdalena. Fue un poco accidentado: llegamos con el coche al puerto, compramos dos pasajes y nos subimos, sin coche, al ferry. Grave error: al llegar al otro lado, no había autobuses, ni barcos para turistas que recorrieran las calas, ni siquiera playas cerca. Así que regresamos a Cerdeña (otra media horita), y de nuevo cruzamos en ferry, pero esta vez con coche. Por eso tuve tiempo para sacar algunas fotos del paseo.





No estuvimos mucho en la isla Magdalena: ya era de tarde, y queríamos llegar a una sub-sub-isla llamada Caprera, unida por puente. Comimos en un parador entre abejas, y al salir conduje yo (aunque no tenía permiso). Por la falta de costumbre, al salir a la carretera marcha atrás llené a medio parador de tierra, pero para cuando se disipó la nube de polvo ya nos habíamos esfumado.

Foto desde el camino:


Las dos islas están llenas de calas. En las de Magdalena hay que caminar un poco:


Las calas de Caprera, en cambio, están junto al camino de tierra que rodea la isla. Es todo completamente natural, lástima que el camino de tierra medía tres metros de ancho y había coches circulando en las dos direcciones. Fue bastante estresante, y pude disfrutar de la conocida impaciencia italiana. Pero las calas eran increíbles.







Estuvimos un rato en esta playita, creo que en la isla Magdalena:



La clave es tener un yate e ir recorriendo playa tras playa.


Volvimos hacia el ferry.


Y, ya de noche, cruzamos el estrecho:


El 30 de agosto, último día en la isla, bajamos por la costa este, atravesando mansiones con helipuerto y otros lujos. Bajamos caminando hasta una cala.



Buscando comida llegamos a Porto Rotondo, una península con dos playas a cada lado de la carretera. Una estaba vacía, porque había algas y olía mal, y la otra estaba llena, con arena blanca, aguas transparentes y pececitos visibles desde lejos. Esta es la playita de las algas:


Por la noche regresamos al aeropuerto. Estuvimos casi una hora para devolver el auto, que pese a tener un golpecito en la puerta pasó por la revisión sin problemas. En Cerdeña, al contratar el auto, te avisan que rayar la puerta puede costar 150 euros. Al principio parecía curioso. Pero al ver que casi todas las carreteras eran para un coche y medio, y a los costados había arbustos, entendí. Además, en las montañas hay muchas curvas con poca visibilidad, y no entendía por qué no había choques a cada paso. En Argentina yo solía tocar la bocina en estos casos, pero aquí nadie lo hacía. Al parecer, la clave es confiar en que los demás vayan con prudencia y a una velocidad moderada (además de tener un dominio absoluto de las dimensiones del coche, para poder circular con media rueda fuera). En ese entonces me di cuenta de que tendría que volver a aprender a conducir y a confiar en los demás conductores.

Después de devolver el coche, entramos corriendo al aeropuerto y descubrimos que nuestro vuelo en realidad salía una hora antes de lo que creíamos. Ya no teníamos coche, ni hotel, nada. Por suerte, o por milagro, el vuelo iba muy retrasado y nos dejaron embarcarnos (¡gracias, desconocida azafata de RyanAir!). Al final, llegamos a Girona dos horas después de lo previsto. La suerte nos sonreía: no habíamos pagado el golpecito de la puerta del coche, y habíamos podido volar llegando media hora tarde. Por supuesto, allí cambié yo la suerte: estaba muerto de hambre, y estaba seguro de que había un autobús a Barcelona cada hora. Resulta que no: sólo hay uno inmediatamente después de que llega un vuelo de RyanAir (aunque creo que los paga Cataluña). Así que, por mi hambre, tuvimos que pasar la noche en el aeropuerto. Aunque al menos ya estábamos cerca de casa.

Mi opinión general es que Cerdeña es un lugar muy pero muy recomendable para visitar. Sus playas y su geografía cambian a cada paso, y son muy impactantes. Está cerca de Barcelona, así que es fácil encontrar un vuelo barato, la comida es buena y barata, y el alojamiento está bien de precio. En general, todo me pareció un 25% más barato que en Cataluña. Las carreteras son estrechas pero están todas asfaltadas (salvo en Caprera) y en buen estado. Es, eso sí, necesario alquilar un coche, ya que creo que no hay trenes y el servicio de autobuses parece ser nulo. Pero, en resumen, volvería sin dudarlo, e incluso, si las circunstancias lo permitieran, no tendría problema en vivir unos años allí.