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miércoles, febrero 27, 2008

Lisboa (2)

(Continuación de este post)

La mañana siguiente, del 9 de diciembre, fuimos caminando hasta el museo de Calouste Gulbenkian. Este hombre fue un armenio, educado en Inglaterra, que ayudó a abrir las puertas (es un eufemismo) del petróleo iraquí a las potencias occidentales. Quedándose con el 5% de las compañías que fundaba y beneficiaba, se hizo enormemente rico. Fue acumulando una enorme y diversa colección de arte en su residencia en París, pero luego se fue a vivir a Lisboa, y tras su muerte, con esta colección de arte se creó la fundación y el museo Gulbenkian.

Esta es una foto de la sala que contiene arte islámico. Hay otras con piezas griegas, romanas, chinas y europeas contemporáneas.


Esta pequeña escultura me resultó muy divertida. Se llama "San Martín dándole limosna a un mendigo", aunque lo que se ve es a un santo a punto de cortarle el cuello a un mendigo si no se aparta.


Me gustan mucho las esculturas de Rodin, y de las que había en el museo esta es mi preferida.


Después de esto decidimos ir a Belém. Como no había ningún autobús directo, y estábamos muy lejos de la costa, nos subimos (después de revisar una y otra vez el mapa puesto en la parada, y de esperar 25 minutos) al 46 (creo), que nos acercaría. De los que subimos, fuimos los únicos en pagar (aunque ya estaba acostumbrándome). Hicimos 200 metros y nos detuvimos: estábamos en el nuevo final de recorrido. Parece que es muy engorroso cambiar los mapas de las paradas, y que además teníamos un conductor mudo, ya que no nos avisó de nada.

Así que otra vez a esperar, esta vez sólo unos 20 minutos, y otra vez fuimos los únicos en pagar. Pero al menos esta vez llegamos hasta el río. Más espera, pagar otra vez (el pasaje no da derecho a transbordo), y una media hora más tarde llegamos a la vecina ciudad de Belém.

Mientras buscábamos un lugar abierto para comer, pasamos por delante del Monasterio de los Jerónimos.



El único lugar en que se podía comer a las 3 de la tarde era un McDonald's. El mingitorio del baño me hizo sentir un poco incómodo: en cuanto notaba la presencia de orina encendía un cartelito luminoso que decía que gracias a este sistema de detección se ahorraban no sé cuántos litros de agua. Por lo menos la detección no parecía ser con cámaras escondidas.

Fuimos caminando hacia el Monumento a los Descubrimientos. Desde la ribera se podía ver el puente 5 de abril. Antes era el único paso para vehículos entre las dos márgenes del río, aunque recientemente han construido otro puente mucho más largo, de hecho, el más largo de Europa. Este tiene claras reminiscencias del Golden Gate.


Este es el Padrão dos Descobrimentos, un monumento erigido en 1960 y que conmemora a los exploradores portugueses. Es que muchos de estos navegantes partían del puerto de Belém, incluyendo a Vasco da Gama. Este marino fue el primero en rodear África y llegar a la India, en 1497. Su viaje, el más largo de la época, atravesó más de 6.000 millas de mar abierto.

La estructura representa la proa de un barco, y desde cierto ángulo muestra una cruz cristiana. Esta es una de las caras:



Y esta es la otra. Como ya atardecía, la diferencia de luz es brutal.




Seguimos caminando rumbo a otra de las atracciones principales de Belém. Que por cierto no es este avioncito, que como estaba tan perdido en este lugar le hice una foto, mientras un niño intentaba volar con su bici como E.T.


La Torre do Belém es un faro fortificado construido entre 1515 y 1521, con estilo manuelino. Protegía la entrada al puerto de la ciudad, y conmemoraba también la expedición de Vasco da Gama.



Pagamos la entrada y recorrimos su interior.




Algunos de sus corredores eran muy estrechos y bajos. Aquí aparezco encajonado, con la cabeza presionando el techo. Aviso que un gordo no pasa, ni de costado.





Al sol le quedaban un par de minutos para desaparecer.




El siguiente es uno de los balcones (no se podía salir):



Esta es la terraza más alta de la fortificación.




Al bajar, nos enteramos que nos habíamos salteado la parte inferior. Mientras nos perseguían para echarnos (cuándo no), fotografié estos cañones. Debajo había unos calabozos cuyas arcadas tendrían un metro de alto, así que los presos (mayormente por motivos políticos) nunca podían estar de pie.


A la salida había una extraña competencia: un grupo de chicos y chicas tenían que abrazarse con la mayor cantidad de gente posible en diez minutos. Este de aquí abajo iba ganando.


Volvimos hacia el Monasterio de los Jerónimos. Desde 1983, junto a la Torre de Belém, es Patrimonio de la Humanidad. Su historia parece ser la siguiente. Enrique el Navegante creó en este sitio una ermita en 1450. Antes de zarpar hacia la India, Vasco da Gama y sus hombres pasaron la noche rezando allí. Al regresar de su viaje, se empezó a construir la estructura actual, de estilo manuelino, hacia 1502. El monasterio tardó unos 50 años en ser terminado, y el dinero provino de los impuestos sobre algunas especias orientales.

En 1520 se detuvo la construcción por la muerte del rey, y en 1550 se reanudó bajo el mando de otro arquitecto. En 1580 se detuvo nuevamente, debido a que con la unión de España y Portugal todos los fondos fueron derivados a El Escorial. El edificio sobrevivió al terremoto de 1755, pero empezó a deteriorarse en 1833, cuando se abolió la orden religiosa.


Vista del Padrão desde atrás, aquí se ve claramente que el supuesto mástil forma una cruz.


Más fotos del monasterio:







Los fantasmas merodean el edificio.


Al volver encontramos finalmente el tranvía, y después de comprobar que las tarjetas del metro tampoco funcionaban aquí, decidimos, por primera vez, hacer lo mismo que todos los demás: no pagar. Faltaba una decena de estaciones para llegar a Lisboa, pero en la primera subió un grupo de revisores a buscar los pasajes. No sé si los portugueses se bajaron corriendo o simplemente los dejaron en paz, la cuestión es que los guardas decidieron concentrar sus esfuerzos en nosotros. Después de hacer tiempo durante unos 10 minutos, sacando montones de papeles que se habían acumulado en mis bolsillos en busca de los pasajes del metro (que sólo servirían de excusa), y de olvidar repentinamente todos mis conocimientos del portugués, nos dejaron seguir pagando un pasaje normal. Parece ser que la multa por viajar sin haber pagado es de 200 euros. Creo que hubiera preferido ir preso antes que darle dinero a la empresa (también dueña del metro y los autobuses). Por cierto, me gustaría saber si el conductor dio el aviso al ver a dos extranjeros a los que se les podía sacar dinero.

Volvimos al hotel, y al día siguiente salimos hacia el Castillo de San Jorge. Por primera vez, pudimos subirnos a un tranvía sin inconvenientes, que nos dejó más o menos donde queríamos (aunque otra vez pagamos). Era la misma línea que nos había hecho esperar 50 minutos, pero, como la encontramos esperándonos, nos subimos. El vagón parecía a punto de deshacerse con nosotros dentro, así que me mantuve alejado de las paredes y los tubos de metal, que se movían golpeando al incauto.

Aquí nos dejó el tranvía. Todavía había que subir un poco.


Esta es una vista del barrio de Alfama:


Una iglesia a la que no entramos:


Esta es la puerta de entrada al castillo.


Después de pagar la entrada, empezamos a subir. Aquí se ve la muralla exterior (con la puerta):


Esto creo que era el patio de armas, aunque no lo juraría.


Una vista del centro, con la Plaza del Comercio junto al río Tajo.


La muralla es realmente muy alta.


Esta es la zona que rodea al castillo en sí, pero que queda dentro de las murallas exteriores. Algunas construcciones fueron convertidas en restaurantes cerrados a mediodía.



Una de las torres del castillo.

Bueno, un poco de historia. En esta cima hay restos arqueológicos que muestran que en el siglo II antes de Cristo ya había una fortaleza aquí, aunque había gente viviendo aquí desde al menos el VI a.C. Sus primeros habitantes eran celtas e íberos, pero luego estuvieron aquí los romanos, suevos, visigodos y moros.

La única tarea completada por la Segunda Cruzada fue el asedio de Lisboa, en 1147, donde se dice que un cristiano vio la puerta abierta y, para evitar que los moros la pudieran cerrar del todo, sacrificó su vida utilizando su propio cuerpo como obstáculo. Perdido el castillo, los moros ya no pudieron reconquistar la ciudad.

A principios del siglo XVI, el rey Manuel I construyó un palacio cerca del río, y entonces el castillo
comenzó su decadencia.










También se puede entrar por estas escaleras, aunque no se lo recomiendo a nadie.





Y esto es todo. Por la tarde pasamos a buscar las maletas al hotel, nos fuimos al aeropuerto, dentro del cual había una decoración navideña muy buena y además se podía fumar en cualquier parte (algo nunca visto, aunque prohibido desde año nuevo). Subimos al avión, y en poco más de una hora estábamos de regreso en Barcelona.