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martes, marzo 15, 2011

Teruel (1)

Hay varias maneras de elegir adónde viajar. Si no es verano, y sólo se tienen tres días libres, es fácil hacer una salida fuera de Cataluña. Así fue como hace dos otoños decidimos ir a Teruel.

Teruel se encuentra al suroeste de Cataluña, y es una provincia famosa en España por ser, paradójicamente, desconocida. Al parecer, no ha dado al mundo ninguna ciudad importante, ni ningún artista de renombre: no ha registrado ninguna página en la historia. Es una provincia conocida más que nada por la frase "Teruel también existe", que es una especie de chiste nacional. Aún así, tiene zonas que vale mucho la pena conocer. Por ejemplo, la región de Matarraña, la más cercana a Barcelona, que debe su nombre a un río que la atraviesa y está llena de pueblos medievales antiguos.

Luego de escalar a la cueva de un ermitaño, fuimos a visitar Valderrobres, tal vez el pueblo que más me gustó de todo el viaje.


El estado de abandono de algunas construcciones era notable. A mí estos edificios próximos al derrumbe me encantan, aunque los españoles no suelen comprenderlo: estos signos de decadencia los avergüenzan, o en cualquier caso no les ven ningún encanto. Parecen preferir las fachadas reconstruidas con un interior lujoso. Claro que no todos los pueblos y ciudades pueden permitírselo, y desde Tortosa para el sur es fácil encontrar en el medio del pueblo casas así:



La puerta ha resistido más que la roca:




Una bicicleta que nadie robaría, con candado.


No parecía haber nadie en el pueblo, aunque se escuchaban disparos de rifle en el bosque cercano. La caza es en muchas partes uno de los entretenimientos preferidos de los pueblos, aunque suele estar muy limitada a unas pocas semanas del año y a una zona determinada, destinada a eso, con conejos y perdices a los que dejan vivir tranquilamente durante el año para que luego mueran en unos pocos días de un perdigonazo. Luego les quitan las balas y se los comen.


Subimos hacia el punto alto del pueblo.





En Barcelona cuesta ver nubes así. El cielo suele estar o bien despejado o bien cubierto con nubes oscuras sin forma definida. A veces extraño los cielos interesantes como este:


También me llamó la atención que el núcleo antiguo de la ciudad no esté rodeado de edificios más nuevos. Sospecho que la población de Valderrobres está decreciendo año tras año, como pasa en muchos pueblos rurales.


Entramos a un castillo:



Esta era la cocina del castillo. Enorme y rodeada de hornos.


Bajamos hacia el río y pasamos por un antiguo lavadero. Me imagino que hasta hace unas pocas décadas se podía ver a las mujeres del pueblo reunidas allí.




Ya era tarde, e intentamos buscar un lugar para comer. Teruel tiene buena fama por sus comidas abundantes y la frescura de sus alimentos. De hecho, la noche siguiente nos traerían unas aceitunas recién quitadas del árbol, que me trajeron recuerdos de la infancia. Más precisamente, de cuando me llevaban al campo, los adultos se distraían y entonces yo comía cualquier mierda verde y redonda que encontraba. En España hay una enorme variedad de aceitunas, pero esas, tan crudas, eran para profesionales. Por supuesto, el camarero las trajo con el mejor de los espíritus para que las probáramos, acompañadas de unas excelentes aceitunas muertas de Aragón, y era tan simpático que fuimos todas las noches a comer allí y hacerlo trabajar.


En cualquier caso, eran las 3 y teníamos hambre. Después de entrar a varios restaurantes, descubrimos por qué la ciudad estaba desierta. Todos estaban comiendo, al parecer desde hacía horas. Al final encontramos una mesa al sol en algo que parecía uno de esos chiringuitos para comer algo al salir de la discoteca, pero la comida también era muy buena, y parecían servir las olivas por kilos.

Media hora después, fuimos en coche hasta Beceite, donde hay que dejar el auto lejos del pueblo y entrar caminando por el puente:




Por algún motivo que desconozco, las construcciones antiguas suelen ser muy sólidas, pero cuando construían por encima de una calle, apoyaban todo en unos troncos de madera. Así que no es extraño que el tema se deforme un poco.


Cuanto más conservado está el pueblo, más probable es encontrarse con vírgenes en las calles. De las religiosas, claro, que lo del Amo a Laura era una broma de MTV.


Un rasgo que une a los catalanes con el resto de España es colocar flores en los balcones, principalmente geranios. Me parece una excelente costumbre, y desde hace un par de veranos yo hago lo mismo.


Una hora después, en aquel lugar de Teruel cuyo nombre no recuerdo, vimos a la gente muy excitada y dirigiéndose en masa a un descampado. Cuando llegamos tuve la sorpresa de ver por primera vez en mi vida a un toro rodeado de borrachos. Yo iba con el toro, pero la verdad es que no estaba muy agresivo. El de la mesa, de borracho que iba, se cayó delante del animal, que lo miró casi casi con lástima.


El evento tenía algo de iniciación, de paso a la adultez. Los participantes tenían todos la misma edad, y desde las gradas los niños miraban con el miedo en la mirada, no porque temieran que pasara algo grave, sino porque parecían saber que, para conseguir ser Hombres, en pocos años ellos estarían allí, jugándose el orgullo con un toro dormido.


La plaza central me pareció un claro ejemplo del horror vacui de muchos nacionalismos. Yo creo que cuando un pueblo pierde su identidad, un sitio lleno de banderas es un buen refugio. Por las dudas había banderas españolas y otras que bien podrían ser catalanas, valencianas, o de Teruel (me refiero a las de muchas franjas horizontales).


Una casa muy antigua, y habitada. Debajo se conserva un arco. Probablemente la calle estuviera un par de metros más abajo en la época en que comenzó la construcción. Esto es bastante normal, porque cuando antes se quería hacer algo nuevo, se derribaba lo viejo y se construía encima, sin quitar los escombros o las piedras. En el Museo de Historia de Barcelona hay un excelente paseo subterráneo por la Barcelona antigua, enterrada al menos cinco metros por debajo de la catedral.


Volvimos al B&B.


Cenamos mientras la gente del pueblo se reunía en torno a hogueras inmensas organizadas en las esquinas. No asaban nada, sólo quemaban maderas y muebles como si no hubiera un mañana. Creo que era una fiesta local, pero no recuerdo cuál. En este país nunca falta una buena excusa para festejar, aunque curiosamente les importa mucho mantener el rito, la liturgia de cada fiesta, tal vez porque una cosa es mantener la tradición y otra es estar borracho en una esquina quemando la cama de tu abuela.