Molins de Rei
Esto es sobre el fin de semana del 29 de septiembre al 1 de octubre.
Outlet
El viernes regresé absolutamente dormido al piso. Normalmente, duermo unas 10 horas el viernes y el sábado por la noche, y los demás días duermo entre 4 y 7 horas. Así que el viernes existo básicamente por inercia. Al rato de llegar, Mai, mi compañera de piso, me dijo que quería ir al outlet a comprarse unos tejanos (jeans), y me preguntó si quería acompañarla. Acepté, porque no me iba a acostar tan temprano y para ver cómo eran los outlets aquí, yo me imaginaba un galpón gris con neones de verdulería y unos puestos deprimentes. Empecé a sospechar que estaba equivocado cuando salimos en su coche, un Peugeot 206 descapotable (aunque con la capota puesta), hacia el noroeste, abandonando la ciudad a través de túneles bajo tierra primero y luego a través de una autopista que atravesaba pequeños montes. La infraestructura de transportes aquí es impresionante, desde estos túneles de kilómetros de largo hasta las rotondas "aéreas" (esto es, sostenidas por pilares y ubicadas por encima de otras autopistas que se cruzan).
El outlet, ubicado en Roca del Vallès, es un lugar construido como si fuera una calle de pueblo, con tiendas a ambos costados. Vas caminando por entre ellas y entrando a los diferentes comercios, que son luminosos y coloridos, y aunque todos tienen una fachada similar, cada uno tiene en su interior un estilo diferente. Y cada uno es de una marca particular, entre las cuales figuran desde UFO y Diesel hasta Versace. O sea, un outlet aquí es un lugar donde se vende ropa de marca, pero por lo menos un 15% más barato que en la ciudad (ya que tienen que pagar menos por el alquiler de la tienda, creo). Hay que tener en cuenta que a veces los modelos más nuevos no están en el outlet, supongo que porque intentan marcar tendencia en Barcelona y además preferirán que la gente compre ahí.
Cuando todo cerró regresamos a la ciudad, comimos unas tapas por ahí (probé el pulpo), y ya sí me acosté a dormir.
Molins de Rei
El sábado me levanté tarde, y mientras me preparaba el almuerzo Mai me llamó para pedirme un favor: que bajara hasta el Born (La Ribera) para llevarle unas llaves que se había olvidado. Así que suspendí el almuerzo, bajé en metro, y me quedé tomando un café con ella y otra chica.
Como se me hizo tarde para regresar al piso e irme hasta Molins de Rei, fui directamente hasta este pueblo. Había salido sin la cámara de fotos, y por una extraña coincidencia las dos hermanas que me habían invitado a ir tampoco llevaron. Así que no hay fotos, y como había mucha gente pero ningún guiri, sólo hay un video en YouTube.
Resulta que María José, una compañera de trabajo andaluza que es muy simpática, y que vive en Molins de Rei (pueblo ubicado a 13 kms. al oeste de Barcelona), me había invitado a ir a ver las fiestas del pueblo y quedarme a cenar. También estaría Isabel, su hermana y también compañera de trabajo.
Llegué muy sobre la hora, así que no pude comprarme el sombrero de paja y el pañuelo típicos de la fiesta (y con los cuales se financian parcialmente). La fiesta consiste en esto: a las 8:30 apagan todas las luces de las calles del pueblo, y un camello gigante, en cuyo cuerpo van unas cuantas personas, va recorriendo todas las calles. El camello mide 6,75 mts. de largo y 5,30 de alto. En su boca se colocan bengalas, que apuntan en diagonal hacia abajo, y que cuando se terminan explotan y vuelan, encendidas, en cualquier dirección. El camello tiene dos posiciones: una horizontal, donde las bengalas apuntan a los pies de la gente, y otra "en dos patas", donde eleva la cabeza y hace una lluvia de chispas que llega a varios metros. A veces giraba sobre sí mismo, para echar fuego sobre los desprevenidos que se creían a salvo por ir detrás, y a veces salía corriendo hacia delante, hacia el apelotonamiento de gente que se apartaba despavorida de su paso.
Cerca del camello van algunos bomberos voluntarios disfrazados de piratas, que llevan una mochila con agua y una pistola a presión para apagar a la gente. El año pasado tuvieron que apagar con esas pistolitas una palmera que se había prendido fuego, la gente los aplaudía. El novio de María José era uno de estos bomberos, que además cada tanto tenía que rociar al camello mismo, ya que hace unos años se quedaron sin fiesta porque se les prendió fuego la cabeza del muñeco, hecha de cartón prensado.
Lejos del camello, y metidos entre la gente, van los "diablitos", personas disfrazadas que llevan un bastón especial. De manera sorpresiva, colocan una bengala en el bastón y la levantan, y hacen una especie de paraguas de chispas. El diablo queda en el centro, a salvo, y toda la gente que estaba apiñada a su lado sale en estampida para no quemarse.
Los diablos normalmente se ubicaban unos veinte metros por delante y por detrás del camello, de tal manera que todos quedáramos acorralados y buscando una salida (inexistente). Entonces todos nos echábamos sobre las paredes, y se formaba instantáneamente en la calle un corredor por el cual los diablitos corrían, con sus bengalas persiguiendo las piernas de la gente. En una de las pasadas me llenaron a mí de chispas, por suerte mis pantalones, de material inflamable, no se quemaron...
También había algunos diablitos escondidos en las terrazas, aunque esos preferían arrojar agua en vez de fuego.
El camello luego llega a la estación de trenes. Esta estación tiene una gran escalinata que desciende hasta la calle. Cuando llegamos ahí, la escalinata estaba llena de gente, con camperas de jean y sombreros de paja, unos pegados a los otros y llamando al camello. El camello se acercó, con niños disfrazados bailando bajo las chispas. Entonces, al pie de la escalinata, el camello se puso en dos patas y, yendo hacia adelante y hacia atrás, roció de chispas, una y otra vez, a la gente que estaba ahí. A todo esto, unos diablos ubicados al costado se aseguraban, con sus bengalas, de que nadie intentara escapar. Luego, el camello se hizo paso hasta la parte superior de la escalinata y llenó de chispas a todo el mundo, desde el otro lado. Yo estaba más lejos, porque no tenía sombrero y esas bengalas queman de verdad.
Dando un rodeo por las calles cercanas fuimos a interceptar al camello en otro punto, el cual, luego de hacer algo similar en una escalera (lugar donde pasó en otra ocasión lo de la palmera), y de que se le hicieran dos "regalos" al camello (algo que parecía una cabra, y un caballero articulado de unos cuatro metros de alto, que mientras avanzaba parecía caminar), el camello se acercó a la plaza de la iglesia. Al parecer, el rito se explica así: una noche, en este pueblo español, se abren las puertas del infierno y algunos de sus condenados salen a la superficie, siendo el más grotesco de ellos el camello satánico. Luego de aterrorizar a los habitantes del pueblo, se desata una batalla (verbal) en la iglesia, donde el camello asesino inevitablemente pierde y se retira para reintentarlo el año siguiente.
De ahí fuimos por una calle lateral a la iglesia, sólo para encontrarnos al camello de frente. Según María José, cambiaron el recorrido habitual para sorprender a los lugareños en un callejón sin salida. Por detrás, varios diablos nos cerraban el paso, y tuvimos que aprovechar un descuido para pasar corriendo a su lado.
En la iglesia el camello fue recibido con una cantidad impresionante de bengalas, tantas que cuando algunas explotaban la bengala vecina salía volando, encendida. Yo estaba lejos, pero algunos pedazos de cartón ardiendo pasaron por encima de mi cabeza, y otros cayeron sobre la gente que me rodeaba. Mientras tanto, una banda de heavy metal tocaba la canción más diabólica que sabían tocar, y un papa eufórico gritaba cosas en catalán por el micrófono. El camello entró, hizo un show final y se retiró corriendo.
Entonces comenzaron los fuegos artificiales. No me gustan mucho los fuegos, salvo cuando hay una posibilidad real de quemarse y entra en juego la adrenalina, pero estos fuegos eran realmente magníficos. En vez de ir lanzando de a uno o dos en secuencia, aquí llenaron el cielo durante varios minutos, en cierto momento todo el cielo estaba cubierto de estrellitas doradas mientras las bolas de colores estallaban de a siete u ocho por vez. El gran final fue con las mismas estrellitas (jamás había visto algo así), acompañadas de una secuencia muy rápida de fuegos blancos, tan brillantes que me dejaron medio ciego y tuve que bajar la vista al suelo. Durante todo este tiempo, en la plaza, abarrotada de gente, se hizo un silencio total, y sólo se escuchaba el silbido de los fuegos en su ascenso, seguido por el ruido de las explosiones. Está de más decir que jamás había visto unos fuegos tan espectaculares, creo que es imposible que dejen a nadie indiferente. Me hubiera gustado que hubiera alguien de Mar del Plata para verlo.
Todo lo del camello me pareció una expresión magnífica de cierto salvajismo, de un espíritu de fiesta muy español (aunque yo preferiría decir muy sincero, muy humano). Los poseedores de las bengalas (camello, diablos) mostraban placer en aterrorizar, perseguir y hacerle correr peligro a la gente (sobre todo, a los que no estábamos bien protegidos), y mucha gente disfrutaba poniéndose en el punto de peligro, los niños bailando bajo las bengalas, los más grandes esperando a que el camello les echara el fuego encima. Alguien podrá decir que esto es poco "europeo", que esta barbarie debe ser extirpada del mundo de una vez por todas, pero a mí me pareció una cosa espectacular que debe ser protegida y favorecida para que no desaparezca.
Muchos argentinos utilizan la fiesta española para ejemplificar que somos más civilizados que los españoles, a mí eso me parece falso por muchas razones. Una es que en este caso se trata de una violencia medida, canalizada y justificada, afecta sólo a quienes quieren participar de ella, y aspira a ser una liberación temporal del ser humano (al menos, uno vive esto como una especie de liberación, aun cuando sea más espectador que participante). En contraste, en Argentina la violencia (también presente) me parece que está contenida hasta que explota, sin medida y sin justificación, involucra a inocentes, y sólo se detiene por cansancio o por ser derrotada por una violencia mayor. En Argentina me parece que muchas veces se elige ignorar el "lado oscuro" (por poner una palabra) que todos tenemos, aquí ese "lado oscuro" es aceptado(tal vez por eso aquí se habla, sin pudor y sin groserías, de cosas que en Argentina sólo son dichas como confesión o como chiste soez). Parte de ese "lado oscuro" sería el placer de hacer sufrir (y para las víctimas, el placer de estar en peligro), creo que de eso trataba esta fiesta.
En resumen, recomiendo que cualquiera que esté en Barcelona el último fin de semana de septiembre se dé una vuelta por Molins de Rei. Por mi parte, pienso volver siempre que pueda...
Volviendo al asunto, por supuesto hubo algunos hospitalizados, el más grave fue uno que, pese a llevar sombrero, se le ocurrió mirar hacia arriba justo cuando una bengala descendía. Le estalló junto al ojo, que no sé cómo le habrá quedado. Era, de todas maneras, uno de los que se puso voluntariamente en la línea de fuego, así que conocía los riesgos.
Luego nos encontramos con el novio de María José, que aunque se había lastimado el tobillo esquivando al camello (que, según dijo, "iba un poco a su bola"), estaba muy entusiasmado con la fiesta (yo también), y nos hizo pasar al almacén del ayuntamiento, donde el camello finalmente descansaba, junto con todos los voluntarios que habían hecho posible la fiesta.
Fuimos después a comer a casa de María José, que preparó una cena muy abundante, donde los platos habían sido elegidos con un único criterio: que me gustaran a mí. Había tortilla española con pimientos (morrones) y cebolla, aceitunas, queso de bola y queso curado, bull, jamón ibérico, aros de calamares, patitas de pollo, pan con tomate, flan, etc. Con eso y un tempranillo riojano quedé a punto de explotar. Luego me volví en autobús a Plaza Cataluña (Barcelona), y de ahí me volví, también en autobús, hasta mi piso.
El domingo fue un día de playa, creo que hizo casi treinta grados, pero me quedé tirado mirando unas películas en TV, porque me levanté muy tarde y el sol se pone temprano.
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