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jueves, noviembre 26, 2009

París

El fin de año pasado, luego de pasar las Navidades en familia en Barcelona, mi novia y yo nos fuimos a París (en Cataluña normalmente se pasa el año nuevo con la pareja o con amigos). Además, mi primo estaba viviendo allí, así que era un buen plan.

Llegamos el 29 de diciembre al aeropuerto Charles de Gaulle, el más importante y más cercano a la ciudad. Hay otros aeropuertos mucho más lejanos, y que normalmente son el destino habitual de los vuelos baratos, pero esta vez tuvimos suerte.

En el centro del edificio había unas curiosas escaleras mecánicas metidas en tubos transparentes, y con una colocación que parecía bastante caprichosa.


Aunque es el aeropuerto más cercano, llegar a París no es nada barato: unos 8 euros en tren y una hora de viaje por los pueblos de las afueras. Como llegar al aeropuerto de Barcelona cuesta sólo 0,70, estas cosas siempre me parecen caras.

Hacía un frío increíble, y, como siempre, había llevado ropa de menos. Así que me puse todo lo que tenía, me arrepentí de no haberme traído un pantalón del pijama para ponérmelo debajo de los jeans, y salí a la calle. Tomamos algo con mi primo Lautaro, al que no veía desde hace meses, y salimos a dar una vuelta por ahí.

Pasamos junto a la Ópera de París, que, según dicen, es igual al Teatro Colón de Buenos Aires. O más bien al revés.


Me encantan esos rostros difíciles, de película, que sólo pueden encontrarse en Francia, como el de la señora que espera a cruzar en la siguiente foto.



Una desventaja de viajar en diciembre a París es que los días son muy cortos. Así que, aprovechando los últimos momentos de luz, nos dirigimos hacia el Louvre. Pasamos junto a un hotel iluminado con muy buen gusto.


El Louvre, al otro lado de la calle. La pirámide está metida hacia la izquierda, así que no la descubriría hasta un par de días después.


El Louvre es realmente inmenso. Todo lo que se ve arriba es museo. Y no se ve ni la mitad de lo que es. Aquí, una foto de una de sus esquinas. Si hay medidas de seguridad, no se las ve. Pero hacía demasiado frío como para intentar llevarme la Monalisa de souvenir. Otra vez será.


Como no eran horas de entrar al museo, nos fuimos hacia el Sena. Pasamos por el parque de las Tullerías.


Junto al río, la combinación de frío y humedad se hacía insoportable. Se sentía el frío ascender a través de las suelas de las zapatillas (bambas). Así que fuimos, un poco tambaleantes, a buscar la primera avenida llena de gente que pudiéramos encontrar.


Y la encontramos. Empezamos a caminar por la avenida de los Campos Elíseos hacia el Arco de Triumfo. En el primer Benetton que vimos compramos unos gorritos de lana, para ver si las orejas tenían salvación. Nos quedamos un rato paseando por dentro: la calefacción francesa funciona muy bien.


Después de juntar un poco de coraje, seguimos caminando y llegamos al Arco de Triunfo.


No recuerdo muy bien qué hice por la noche. Sí que el ascensor del hotel era tan pequeño que para entrar dos personas tenían que ir abrazados, o al menos tenerse mucha confianza. Lo recuerdo bien porque para fumar, como es común en cada vez más países europeos, había que salir a la calle. Por eso muchos bares tienen unas mesas fuera que están bajo techo, completamente rodeadas de vidrio y con bastante calefacción. Con suerte, es casi como estar dentro, pero legalmente el gobierno no puede impedir que fumes en ese "afuera".


El día siguiente fuimos temprano a Notre Dame. Me sorprendió descubrir que está situada en una isla en el medio del Sena. Mientras cruzábamos un puente pasó uno de esos barcos de los que digo que me voy a subir y nunca me alcanza el tiempo.


Debo admitir que los puentes parisinos no me parecieron tan románticos como dicen. Seguramente mejoran en primavera. De todas maneras, no están nada mal.


Un par de fotos a vaya uno saber qué. ¿La Conciergerie?


¿Sainte Chapelle? ¿L'Hôpital? Hay muchos edificios para ser una isla tan pequeña.


Primer acercamiento a Notre Dame. Prometía haber cola pese a la llovizna.


Una vez dentro, dimos la vuelta interior, como corderitos, ovejitas, o cualquier tipo de ganado. Íbamos tan apretados que si saltábamos nos quedábamos flotando en el aire, sostenidos por la humanidad.


Pasamos junto al actor principal, o tal vez un cura, o ambos a la vez.


Aquí vemos a los espectadores, sentados en unas butacas bastante incómodas (dicen que antes la entrada a la función era gratis). De todas maneras, la sala tenía buena acústica. Pero el actor hablaba bajito, y en francés, así que no me enteré de qué era la obra.


La mayor atracción turística de la catedral es su torre: las vistas desde arriba son espectaculares. Por supuesto, estaba en obras, así que no pudimos subir.

Aquí la parte trasera de Notre Dame. Como en las iglesias de los Países Bajos, me gusta mucho más que la entrada.


Mientras nos alejábamos de la catedral, kilómetro 0 de las rutas francesas, simbólicamente el corazón del país, comenzaron a caer copos de nieve sobre la ciudad, y eso que dicen que es casi imposible que nieve en París. Caminamos un rato por el Barrio Latino, el Boulevard Saint-Germain, hasta llegar al Panteón.


Enfrente, la Sorbona "central".


La Mairie Du 5e Arrondissement (creo que no es más que la sede del 5to distrito):


Ya eran casi las cuatro de la tarde, y aquí el agua seguía congelada. De hecho, aquí se iba congelando con lo que salpicaban los leones.


Pensé que era una escuela importante. Pero tal vez no lo fuera.


L'Hôtel de Ville. Delante habían montado una pista de patinaje sobre hielo.


En las calles cercanas había mucha actividad, y creo que fue entonces cuando descubrimos nuestro bar favorito, situado enfrente del Pompidou y con un "afuera" bastante hermético y calentito. De hecho, las dos veces que fuimos nos tuvieron que echar, es que ya nos pasábamos de transgresores (a las 19:30, qué noche loca...).

Sin el calor de los radiadores, nuestra caminata por la calle duró poco y nada. Nos refugiamos en el metro, yendo hacia el hotel. Dicen que en París el metro huele mal, por tanta cañería podrida. Es verdad (¡y lo que será en verano!).

Bueno, en otro post continúo con los últimos tres días en París, que incluyen la Torre Eiffel, el fin de año, el Louvre, alguna cosa más, y hasta prometo atreverme a volver a hablar de cosas que no comprendo del todo, como el tema de la tensión racial parisina.

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