Argentina: Ushuaia
Salimos de El Calafate con destino Ushuaia, la ciudad más al sur del mundo para el que no lo sepa, y la capital de la Isla Grande de Tierra del Fuego (que no se llama así por calurosa, ni por los incendios, sino por el humo que los navegantes europeos vieron salir del interior de las chozas indígenas).
Nos esperaban mi tía, su pareja y mi primo, que hacía rato que no veía y que se cuentan entre las personas que más quiero. Aunque sólo íbamos a estar dos días, sospecho que cancelaron viajes y planes para poder estar con nosotros, y aunque no era necesario, esto muestra el material del que están hechos.
Era ya mi quinta o sexta visita a la ciudad, que había sido una de mis opciones en mi partida de Mar del Plata. Otra había sido Buenos Aires, una ciudad completamente opuesta. La tercera, la que me tentaba y a la vez me intimidaba por aquello del temor a lo desconocido, era Europa. Con un poco de arrojo y todos mis ahorros invertidos, aquí estoy. Pero si hubiera tenido un plan claro de qué hacer en una ciudad como Ushuaia, lo hubiera intentado, es un lugar excelente para vivir.
La versión local dice que las frutillas (fresas en otras partes del mundo) fueron descubiertas en la isla por un francés llamado Fresón (o como se escriba), que las habría enviado a la corte y de allí el nombre. Otras versiones dicen que en realidad los romanos ya cultivaban fresas, o algo parecido. Pero en cualquier caso es sorprendente ver cómo en el Parque Lapataia son tan abundantes, sin que nadie las cuide ni las cultive. Además, otras flores silvestres ayudan a darle al paisaje un color rojizo que al parecer sólo se presenta en verano.
Llegamos a la Laguna Negra, que me produjo una sensación rara, como si estuviera observando una enorme mancha muerta de petróleo, o algo totalmente desprovisto de vida. Además de no haber animales a la vista, los bosques fueguinos son terriblemente silenciosos, ya que casi no tienen pájaros.
Los Andes, al fondo, poco antes de sumergirse bajo el océano, o comenzando su ruta como espina dorsal de América, según cómo se lo mire.
Al costado de la laguna hay una extensión enorme de turba, que al pisarla se hunde bajo los pies como si uno caminara sobre un colchón.
Otra laguna, tan silenciosa como la anterior.
Hace ya muchas décadas a algún iluminado se le ocurrió criar castores en la isla para vender su piel. Como siempre pasa, se le escaparon varios, y al no tener depredadores naturales, se convirtieron en una plaga. A estos animalitos les crecen los dientes sin parar, y para gastarlos tienen que ir royendo madera constantemente. La madera la encuentran en los bosques milenarios de lenga, un árbol que tarda muchísimo en crecer. Con los troncos construyen embalses, y en el medio de esos embalses hacen su madriguera subacuática.
Uno de los problemas de esos embalses es que consiguen desviar el curso natural del agua, enviando ríos por allí donde nunca los hubo, y secando cauces históricos. De esta manera, los habitantes de Ushuaia alguna vez se amanecieron descubriendo que un río atravesaba la ciudad en dos, por ejemplo. Es por esto que está permitido dinamitar las madrigueras con los castores dentro. Es, por supuesto, una tarea casi imposible volarlas a todas, ya que la isla es enorme (como una Cataluña y media, por ejemplo), y una población muy reducida, repartida en cuatro ciudades que suman como mucho unos 120.000 habitantes.
Este sería el Lago Roca:
Seguimos en coche hacia el Lago Escondido. En lo más alto del paso entre las montañas había una excelente vista panorámica, aunque el viento y el frío eran intensos.
A los pies del lago, junto a la única construcción de la zona, que al parecer compró la familia Kirchner con dinero de todos. Tienen buen ojo: el lugar, totalmente apartado de la civilización, tiene un gran potencial para ser arruinado.
Mientras regresábamos a la ciudad, comenzó a nevar en la ruta de montaña. Vaya veranito...
Al día siguiente subimos al Glaciar Le Martial, pero la nieve y unos cafés bastante kitsch nos hicieron volver, y nuestro guía, mi primo, nos llevó a uno de sus lugares preferidos de cámping: Playa Larga. Es la continuación de la costa de Ushuaia hacia el este, donde un camino de tierra desemboca en una estancia donde cualquiera puede entrar (sin perros, y cerrando el portón para que no se escape el ganado). Siguiendo la costa se atraviesa un bosque que estaba más bien embarrado por la llovizna que había caído y que amenazaba con volver. Después de un rato nos encontramos con un claro sobre la costa.
El bosque del que veníamos, y que nos rodeaba:
El cielo presagiaba problemas.
El lugar habitual de camping de mi primo con sus amigos.
Regresamos a través del bosque, intentando no resbalar:
Entonces acabó nuestra corta estancia en Ushuaia. Tengo que agradecer a la gente de allá por ser como es, y especialmente a Ricardo (¡y su espléndido pollo al disco!). Por cierto, también visitamos una cabaña en el medio de la nada que acababan de comprar, probé un hierbajo que olía y tenía sabor a cebolla, y también me aventuré un rato en la noche pingüina (apodo que se ganaron por la forma de caminar, dificultosa por la pendiente de las calles). También vi el avance de ciertas nubes negras que llevaban unos años acercándose a Ushuaia: el traslado de parte de la gente más peligrosa de Buenos Aires (de Fuerte Apache) a la ciudad, seguido por el talado de medio bosque de la ciudad para construir chabolas (una cicatriz claramente visible desde todas partes), y la corruptela de los Kirchner y asociados. De hecho, en el aeropuerto nos acompañaba D'Elía, un personaje funesto que despertó en mí una gran indignación y ganas de violencia, aunque por suerte no subió al avión: sólo estaba allí para despedir a un par de políticos corruptos. En su rostro se leía la satisfacción de haber cerrado un buen trato.
Volvimos a Buenos Aires, después de cuatro horas y media de avión, e inmediatamente subimos al enésimo autobús (micro) hacia Mar del Plata. Ya se sabe quién ganó en aquella guerra civil argentina: los centralistas.