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lunes, mayo 17, 2010

Carcassonne (3): Rennes-Le-Château y Peyrepertuse

Durante la mañana de nuestro último día en Carcassonne (1 2) fuimos primero a visitar Rennes-Le-Château. Este es un pequeño pueblo, situado en la cima de una montaña que pone a prueba la templanza de cualquier conductor. El lugar se ha vuelto famoso gracias al Código Da Vinci. Resulta que de aquí es un tal Saunière, quien en la novela da nombre al muerto en el Louvre, y que según la leyenda se habría vuelto inmensamente rico por poseer documentos secretos sobre la descendencia de Jesús. Otras versiones sugieren que se volvió rico vendiendo misas y solicitando donativos. Todo muy habitual en la historia de la Iglesia, pero este se quedaba con el dinero para él.

En cualquier caso, este pueblo ya estaba habitado allá por el 4500 a.C. Además de restos megalíticos, hay también restos romanos, y este pueblo formaba parte del camino de Santiago. Tenía una gran importancia estratégica, ya que desde su altura se podían vigilar los Pirineos y el Languedoc. Fue habitado por godos, árabes, aragoneses y cátaros, hasta ser destruido en el siglo XIV. Su reconstrucción es de hace poco más de un siglo.

Esta es la torre Magdala, construida por el mismo Saunière, situada sobre el acantilado.


Esta es una extraña iglesia dedicada a María Magdalena.



En su interior, además de algunos elementos masónicos, hay una curiosa representación del demonio Asmodeo, un muchacho que aparece en la Biblia pero es de la época de Zaratustra. Normalmente representa el deseo carnal (ya que mató a todos los pretendientes de Sara, que estaba muy buena). Al final se casó con Lilith, la primera mujer (según la Biblia hubo una mujer antes que Eva, creada al mismo tiempo que Adán, pero como exigía los mismos derechos Jehová la expulsó y la convirtió en prostituta). En cualquier caso, es curioso que se encuentre representado dentro de una iglesia. La verdad es que los cátaros se lo buscaban un poco.


Después de comer seguimos recorriendo castillos. No recuerdo el nombre de éste, sólo que hacía demasiado viento, lluvia y frío como para caminar junto a un acantilado.


Finalmente llegamos al castillo de Peyrepertuse ("Piedra Recortada"). Aunque hacía un día incluso peor a los anteriores, era mi última oportunidad de subir a un castillo, así que pagué la entrada y me adentré solo en el bosque. El sendero era barro, raíces y charcos.




Arriba, junto al acantilado, se reunía todo el viento del valle, trayendo consigo una mezcla de granizo y aguanieve. Los inviernos aquí debían ser muy duros.


Esta es la puerta de entrada al castillo. Por su ancho, parece que no llegaban demasiados caballos por aquí.


En el interior, había restos de muros derrumbados por todas partes.


¿Cómo te das cuenta de si tu castillo está un poco abandonado? Cuando te sale un árbol en el comedor.



En su momento, el castillo se extendía entre dos picos. Hoy día falta casi toda la muralla del medio, por lo que parecen dos construcciones separadas. Detrás del muro y de la nube se ve la fortificación superior, que es más nueva y formaba un castillo dentro del mismo castillo.


El lugar me pareció simplemente espectacular. Entre la soledad, el clima y el abandono, me daba cierta melancolía.






El castillo, construido directamente sobre la roca, conservaba alguna habitación donde la piedra no había querido ser reducida.


Subí un tanto a un sitio un poco precario y prohibido para fotografiar el interior de esta magnífica fortificación. Resulta inimaginable la cantidad de esfuerzo necesaria para construir esto, en este sitio y en estas condiciones.



Supongo que esto debía de ser una pequeña capilla.


Me dirigí a la parte superior. En el camino se conservaba algún resto de muralla. El hielo me confirmaba que, pese a ser primavera, allá arriba estaba bajo cero.


A mí, si fuera soldado medieval, esta vista me desalentaría un poco. Ahora entiendo por qué a algunos castillos era mejor sitiarlos. Además, la escalera de acceso, llamada la "Escalera de San Luis", está construida justo sobre el precipicio, de manera que desde arriba te podían hacer caer fácilmente. A mí el viento amenazaba hacerme lo mismo.


Consejo para los invasores: ir en día de lluvia, que desde arriba no se ve nada.



Me asomé a un balcón, donde la ventisca venía de abajo (y yo casi de veranito). Una nube atacaba a traición a la parte inferior del castillo. Pero la vista valía la pena. Me quedé unos minutos observando cómo las nubes se estrellaban a toda velocidad una y otra vez contra los muros.



Comencé el regreso, de alrededor de una hora, hasta uno de los coches que se asoman en la foto anterior.




Ya se hacía de noche. De manera claramente ilegal nos metimos en coche por las calles de un pueblo que parecía abandonado, famoso por un puente y por un castillo.


Estas son las vistas desde el antiguo puente de piedra. De pronto, me dio la sensación de que tal vez, sólo tal vez, ese puente no estuviera diseñado para el peso del coche, y el hecho de haber pasado por un par de señales que prohibían la circulación no era muy tranquilizador. Así que nos volvimos a subir al auto y salimos a toda velocidad.


Este es el puente del que huimos.


Antiguamente, a la gente no le gustaba caminar para ir a buscar agua. Así que construían justo al costado del río. Hasta que una noche se despertaban nadando.



Ya se hacía de noche, e íbamos por un camino de montaña, en el medio de un parque natural, con riachos que atravesaban el asfalto y algún que otro árbol caído. La sensación de que en cualquier momento nos encontraríamos un obstáculo y quedaríamos atrapados en una gélida noche francesa era acuciante. Después de una hora y media llena de ansiedad conseguimos llegar a la autopista, que tuvo gusto a hogar.

Al día siguiente, por la mañana, empezamos el regreso a Barcelona. Salimos temprano porque aquí todo el mundo tiene un coche, y el regreso a la ciudad por la tarde, el último día de un fin de semana largo, resulta casi imposible. Estar cuatro horas para hacer 100 kilómetros no le gusta a nadie, y nosotros estábamos a unos 300 kms. de distancia. Conseguimos llegar en unas 4 horas, y comimos ya en nuestro barrio.

Por cierto, en cuanto cruzamos al otro lado de los Pirineos, salió el sol por primera vez en cuatro días.

1 comentario:

Anónimo dijo...

FANTASTICA DESCRIPCION DE VIAJE