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viernes, mayo 21, 2010

Delta del Ebro: Faro

Ahora que está comenzando la época de playa, creo que ya va siendo hora de que suba las fotos del último verano.

Comenzamos por irnos, el 12 de agosto pasado, al Delta del Ebro. El río Ebro es el más caudaloso y el segundo más largo de España. Ahora bien, quiero expresar aquí mi preocupación por el sistema fluvial español. Los ríos están locos. Van para donde quieren. Por ejemplo, algunos nacen hermanados, para luego uno irse al Atlántico y el otro al Mediterráneo. Otros, como el Llobregat, aparecen en los lugares más insólitos (de hecho, si uno sale de Barcelona, vaya para donde vaya, siempre lo cruza al menos una vez). El Ebro es otro de estos ríos locos. Nace allá por Cantabria, en Fonibre, a menos de 100 kms. del Atlántico, pero no, a diferencia de los demás, a éste se le ocurre atravesar media España y morir en el Mediterráneo, unos kilómetros al sur de Tarragona. Es por este río que regiones tan distantes formaban una misma provincia en la época de los romanos.

El Ebro es el río grande de arriba a la derecha.


Vuelvo al tema. Al ser un delta, yo me esperaba un terreno más o menos llano, con algún que otro islote, y poca playa. Me equivocaba casi completamente, ya que su diversidad sería mi mayor sorpresa.

Después de conducir durante unas tres horas, estrenando mi carnet, llegamos a Deltebre, un pueblo situado en el centro del delta, y salimos rápidamente hacia la playa. Nuestro primer objetivo era la zona cercana a un faro famoso. Las carreteras de asfalto, y muy estrechas, dieron paso a un camino de tierra prensada, luego a uno de arena dura, y pronto, a uno de arena blanda. Estábamos cruzando a una península, y teníamos el mar a ambos lados a unos pocos metros. Había una huella de neumáticos entre los médanos, que se podía aprovechar para circular sin encallarse. Por supuesto, me encontré con un coche de frente, y para cederle el paso no tuve más alternativa que abandonar la huella y hundir los neumáticos en arena blanda. Me vi incapaz de sacarlo, así que le cedí el volante a mi novia, que lo logró casi sin esfuerzo. Unos días después le pasó lo mismo, en el mismo lugar, a un amigo, que se quedó durante una media hora, hasta que alguien le dijo que pusiera los plásticos de los apoyapies debajo de las ruedas. Parece que el truco funciona como la seda.

Finalmente, después de unos kilómetros de arena arcillosa, llegamos al faro. Cerca se extendía una playa prácticamente desierta. Toda la zona es una reserva natural por la cantidad y variedad de aves que viven allí.


Este era el único sitio para dejar el coche en kilómetros a la redonda, así que éramos realmente pocos:


Arena y más arena.


El agua estaba incluso más caliente de lo normal, así que me pasé media tarde haciendo estupideces en el mar. También caminamos por la costa, ahora ya sí completamente desierta, junto a algunas aves, peces, y cosas devueltas por la marea.


Cuando comenzó a caer el sol, regresamos al hotel para hacer un poco de piscina, y a practicar mis clavados para que fueran un poco menos penosos.

Al día siguiente visitamos Cap Roig, una cala extraña para Tarragona, y que no tiene nada que envidiarle a la Costa Brava.

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