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martes, agosto 15, 2006

Viajando a Cantabria

Hoy es martes 15 de agosto, hace exactamente dos meses que llegué a Barcelona y para conmemorarlo me estoy yendo de ella. Sí, estoy escribiendo esto con mi móvil a bordo de un autobús a Santander, capital de Cantabria, y lo publicaré desde aquí. Pero primero lo primero.
Está semana estuvo toda la semana nublado en Cataluña y con temperaturas no muy altas, así que ni siquiera fui a la playa. Sí fui a conocer la rambla de Fabra y Puig, ya habrá fotos, con la excusa de buscar una maleta de tamaño intermedio. Los chinos tenían una barata, pero elegí una de más calidad. Por suerte, porque si no lo estaría lamentando ahora mismo.
Hoy a la mañana hacía frío, y luego fui a ver las fiestas de Gracia, un barrio de aquí. Había muchos juegos para niños, pero por el mal clima no había casi nadie. De noche seguramente se pone espectacular, pero me lo perderé.

Fotos de Gracia:











Estacionamiento de motos de Sants:



A la vuelta cené, y mientras me duchaba me quedé sin agua caliente y no pude encender el calentador. Sospecho que el agua fría proviene del deshielo de alguna montaña próxima. Las cosas se comenzaban a torcer.
Se me hacía tarde, incluso utilizando un camino más rápido recién descubierto, un nuevo tren a diez minutos del piso. Comenzaba a llover a modo chaparrón, algo tan raro aquí que mis compañeros de piso apagaron las luces y se pusieron a ver la lluvia por la ventana. Entonces salí, quedando empapado a las tres manzanas. Recuerdo el número porque fue ahí cuando recordé que no había agarrado la ropa interior, y la que tenía puesta se estaba mojando. Tampoco es tan fácil comprar nueva. Regresé corriendo al piso. Cuando bajé de nuevo es cuando comenzó realmente a llover. Viento en remolinos, yo ahora provisto de un paraguas que sólo me defendía la cara. En un pórtico pasé todo lo que tenía en los pantalones a la mochila impermeable. El agua en algunas zonas me llegaba a los tobillos, y no tenía, ni tengo ahora, calzado de repuesto. La maleta iba haciendo olitas, y yo iba deseando que además de ser más cara fuera también impermeable.
Después de diez minutos llegué a la estación chorreando agua hasta por la espalda, y eso que llevaba la mochila ahí. Por supuesto, mi T-10 se había agotado con mi último viaje en metro, así que metí un billete mojado rezando por que la máquina lo reconociera (lo hizo) y bajé lo más rápido posible escuchando el chuic-chuic de mis zapatillas. Mientras esperaba el tren pasé ropa a la mochila, miré a ver sí el celu seguía funcionando pese a que estaba mojado y en mi cintura, y entonces todo empezó a mejorar.
El tren llegó enseguida, en el destino todavía no llovía, aunque era el único imbécil que estaba mojado. La caja de cigarrillos se me deshizo en las manos, pero pude recuperar un cigarrillo.
Y ahora estoy aquí. Me he cambiado de ropa en el asiento y en el baño, aunque estoy en medias. Algunas curiosidades: para escuchar la pelí hay que comprar auriculares en el autobús o traerlos desde casa, al fondo también hay ventana, cuando el autobús para en varias ciudades cada ciudad tiene su compartimiento de equipaje, y las películas que pasan son ilegales y filmadas de la pantalla del cine. En está comedia puedo escuchar las risas del público.
Por cierto, sólo dos personas no tenemos compañero de asiento. Alguna buena me tenía que tocar...

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