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miércoles, noviembre 14, 2007

Tossa de Mar (2)

Continuaré ahora con la nota previa. Estábamos llegando a una cala ubicada al norte de Tossa de Mar, probablemente a pocos kilómetros, aunque el viaje en barco nos había llevado unos 40 minutos.

El barco nos desembarcó directamente en la arena. Me llevó unos segundos acostumbrarme a que el suelo no se moviera (era un día de bastante oleaje), y saqué esta foto con el barco al fondo:




La cala, hacia el otro lado:


Nos bañamos y nos acostamos al sol un par de horas. El lugar me fascinaba, una franja de arena ubicada entre dos montes a la que había llegado en barco. En esos montes había algunas casas, y me pregunté qué tal sería vivir casi en un acantilado, con el mar a unos escalones (o a un clavado) de distancia.

Lo que no me gustó tanto fue que el agua de mar, si bien estaba completamente transparente, era mucho más fría que en Salou, y que el fondo era de piedras redondeadas: debe estar muy bien para bucear, pero caminar sobre ellas es difícil. Fuera del mar la arena era muy gruesa.

Se comenzó a nublar un poco, y antes de regresar a Tossa decidimos explorar qué había al final de la cala, detrás del túnel:



Esta es una vista hacia atrás:


Antes de ingresar, una foto del "puerto" de la cala.


Del otro lado del túnel nos esperaba una playa sin arena:




No había nada más por aquí. Volvimos a cruzar el túnel.


Una vez de nuevo en la cala, vimos en el monte una especie de escalones que habían sido cavados en el borde con una pala. Subimos por allí hasta la parte superior del túnel. Desde allí se tenía una buena vista de la playa:




Y aquí se ve el otro lado, el de las rocas:


Caminando por allí arriba llegamos a un árbol que estaba colgado del acantilado:


Tuve la intención de subirme, pero como me resbalaba mucho sólo llegué a sacar esta foto:


Volvimos a la playa. Esta foto está sobreexpuesta, pero el camino me gustó mucho:


Después de tomarnos algo y de esperar media hora al barco, regresamos rápidamente a Tossa de Mar. Como era previsible, al volver no entramos en ninguna de las cuevas, y como íbamos a mayor velocidad terminamos empapados.

Sólo para hacer comparaciones, nos metimos al mar (aunque nos costaría secarnos). En Tossa el fondo marino sí tiene arena, y el agua parecía ligeramente menos fría que en la cala, aunque no podría jurarlo.


Ya se hacía tarde y no queríamos perdernos el último tren de Blanes a Barcelona. Así que volvimos a la estación de autobuses, y como faltaba bastante, nos fuimos a tomar un café a un bar igual a todos los demás, pero donde la camarera sólo hablaba inglés y sonreía mirando a los ojos. Ya me habían avisado de que era común que te atendieran en inglés o alemán, y que era aún peor en otros pueblos.

Nos subimos al autobús, y un rato después llegamos a Lloret de Mar. Allí teníamos la posibilidad de subirnos inmediatamente a otro autobús hasta Blanes, o perderlo e irnos en el siguiente, que pasaba unos 20 minutos después. Hicimos esto último, y caminamos hacia la costa, que estaba a sólo unos seiscientos metros de distancia.

Aquí llega el momento más difícil de mi relato, intentar contar lo inexpresable, sabiendo que no lo lograré. Me permitiré un rodeo. Explicarle a un argentino lo que es la vida en Barcelona ya es casi imposible, por varias razones. Una es la inevitable simplificación: aburriría contar la cantidad de detalles que hacen que la vida aquí sea tan especial, y sin embargo esos detalles son imprescindibles: desde ver a alguien paseando por las Ramblas desnudo o con una muñeca inflable bajo el brazo, hasta que el empleado del metro en un minuto te dé una tarjeta de 10 viajes nueva porque la tuya se te ha doblado. Otra razón es la también inevitable incredulidad: aunque uno matice una y otra vez sus afirmaciones, uno generalmente recibe una mirada que dice: "me estás mintiendo", o, con suerte, "estás exagerando". Esto último es previsible sobre todo cuando se habla con alguien que no ha vivido nunca fuera de Latinoamérica, y que asume (sin saberlo) como algo universal cosas que sólo son costumbres más o menos locales.

Vuelvo a esos seiscientos metros que nos separaban de la playa. Eran las ocho de la tarde, y era sábado. Los bares y discotecas empezaban a abrir, aunque estaban todavía vacíos. Parte de las turistas (digo en femenino porque eran casi todas mujeres, tal vez por lo temprano de la hora) estaban haciendo cola o paseando en busca en invitaciones con descuento. El idioma de las promotoras era el inglés, que era lo único que todos en esa calle sabían hablar, aunque las turistas hablaban entre sí en alemán, francés e idiomas germánicos que no sé identificar. Las mujeres tenían entre 20 y 25 años, y casi todas eran sencillamente impresionantes. Tenían los mejores cuerpos y los mejores rostros de Europa, y además parecían sociables. Como he dicho en otra parte, el estereotipo de la nórdica fría y altiva es una gran mentira argentina. En breve, era como estar de viaje de egresados con una escuela de supermodelos. Era como todo lo que yo quería a los 20 años. Ese lugar típico de películas para adolescentes existe, y estaba allí. El único requisito de entrada es poder hablar en inglés (como dicen varios argentinos de aquí: si en la escuela hubieran avisado que el inglés servía para esto, lo hubieran estudiado a fondo).

Frente de un hotel en Lloret de Mar:


Finalmente llegamos a la playa. La de Tossa me gustó más (posiblemente sea la playa más linda que jamás haya visto, perdón Brasil). La de Lloret de Mar tiene muchos edificios. Aunque con sol y gente tiene que ser mucho más interesante.


Al final se ve el castillo de Lloret, que por falta de tiempo quedará para otra vez:


Un bar con mesas en la arena. Es raro que permitan hacer esto.



Se hacía tarde para volver a Barcelona, así que rápidamente averiguamos cuánto salía un hostal y volvimos a la estación. Regresamos a Blanes, nos subimos último tren a Barcelona cerca de un africano que sudaba con un olor horrible, salimos por las escaleras mecánicas oliendo al mismo africano mientras éste conseguía el teléfono de una alemana, me fui en metro a casa y ya está.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

hola! no se quien eres pero me ha gustado leer lo que has puesto respecto a tossa tenia pensado ir pero dudaba pero con las fotos que he visto no tengo duda alguna este finde ire de visita por ahi. gracias.

Anónimo dijo...

Te aconsejo conocer Lloret... La calidad de vida de la Costa Brava supera ampliamente la de Barcelona, y los paisajes más.
En lo del agua fría...En Tossa en verano está a 23-24º y en Barcelona a 25-26º, así que la diferencia no es demasiada, aunque se nota.
Te aconsejo que visites a fondo Lloret.

Fernando dijo...

Algún día iré, si me dejan :) Es que con tantas mujeres hermosas caminando por la calle, se hace difícil ver otra cosa...

Sobre lo de las temperaturas... si bien la diferencia se nota, en realidad el agua estaba particularmente fría el día en que fui a Tossa, luego he regresado y su temperatura era mucho más agradable.

Saludos desde Llívia!