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martes, junio 20, 2006

Sagrada Familia: la venganza

Esto es sobre el día martes 20 de junio.

Habiéndome levantado contra mi voluntad antes de mediodía, decidí que lo mejor sería seguir el consejo de un argentino y comprarme un bocatas (sandwich) en lo de un musulmán de a la vuelta. Por sólo 2 euros te arman el bocatas con todo lo que quieras (yo elegí una mezcla de atún, tomate, cebolla, papas fritas y no me acuerdo qué más). Tampoco era un día de playa, ya que el clima sigue nublado (estoy empezando a creer que me han mentido sobre la costa de España). Así que almorcé y me tomé el subte hacia la Sagrada Familia (caminando, de nuevo, no quería).

Esta vez estaba abierta. 8 euros decían que podía pasar, así que entré por el lado de los visitantes que no van en grupo. Debo aclarar que todo está preparado para los visitantes en grupo, que ingresan por exactamente el otro lado, así que para cuando encontré el alquiler de auriculares (con explicaciones de cada uno de los puntos), ya casi estaba yéndome.

En lo que sería el subsuelo tiene un museo. Tenía algunas cosas interesantes, a mí me gustaron especialmente algunas fotos de los primeros años de la construcción, pero como dormí poco traté de recorrerlo lo antes posible.

Antes de que vean las fotos, creo que debo ensayar algún tipo de explicación. Para aquellos que no lo sepan, la Sagrada Familia está inacabada. Muy inacabada. De los cuatro lados que tendrá, sólo dos hay casi finalizados. En el centro, donde se alzará la torre más alta, sólo hay, por ahora, una estructura impresionante de andamios de metal. Así que, cuando esté finalizada (no creo que sea antes de mi muerte, es feo pensar en esos términos, pero me temo que será así), será mucho más de lo que es hoy. Por lo menos, tal vez pueda ver la torre más alta, ya que pretenden elevarla para el 2026, y hasta ahora han cumplido sus plazos. Debo aclarar también que se construye únicamente gracias a las donaciones (y precios de las entradas, etc.), por lo cual los primeros tiempos debieron ser particularmente difíciles.

La planta baja es bastante decepcionante. Además de andamios, se ven los lados interiores (bastante pelados, salvo por dos vitreaux inmensos) de las dos paredes casi terminadas. El único modo de pasar de un lado al otro es por el museo del subsuelo, así que recomiendo a cualquier visitante asegurarse de agotar todas las posibilidades que ofrece un lado antes de pasar al otro.

Hasta aquí todo bastante normal. En uno de los lados había visto un ascensor, con una cola de aproximadamente una hora y media, y dos euros de costo. Quise ver si se podía hacer ese mismo recorrido por escalera, pero era imposible. Lo que sí pude averiguar es que del otro lado había otro ascensor y también se podía subir por escalera. Así que de nuevo atravesé el museo, me enteré de que era una subida de como 25 pisos, me alejé de las escaleras y me acerqué a la cola del ascensor, donde sospechosamente había sólo seis personas.

El tema era así: de un lado el ascensor te sube y te baja, de ese lado sólo te subía. No hay problema, dije, y desembolsé los dos euros solicitados. Me olió a estafa cuando me subieron alrededor de diez pisos, y me dejaron el resto para que los subiera por mi cuenta.

La subida es una experiencia que no le recomiendo en absoluto al que sea muy gordo, sea vagamente claustrofóbico o sufra de vértigo. Los pasajes son extremadamente estrechos, se sube muy lentamente, es imposible regresar una vez que comenzaste, es una fila india extremadamente compacta, donde por un costado el viento te empuja desde los huecos (a modo de ventanas) de las torres, y por el otro costado (en el centro de la torre) te espera un abismo del que te separa sólo la pared de piedra, que en las aberturas que hay cada medio metro, te llega sólo hasta la altura de las rodillas. Por esto recomiendo también subir delante de alguien que se conozca y a quien se le tenga mucha confianza, ya que el rubio políglota que ascendía detrás mío tenía cara de estar pensando en empujarme (debo aclarar que yo sí tengo vértigo). Así que subí apoyándome todo el tiempo en la pared exterior, de donde venía el viento pero por donde sabía que no me iba a caer. Para quien haya salido al balcón de mi departamento, le pido que se imagine estar allí en un día ventoso y con una parte de la baranda a la altura de las rodillas. Hubo gente que se retiró en la primera oportunidad. Yo, pese al vértigo, decidí seguir.

No sé si la vista lo vale (para quien la subida represente un problema). El ascenso, cruce de puente (a creo que 75 m. de altura) y posterior descenso fueron para mí unos momentos muy difíciles. El descenso es, por suerte, mucho más rápido, ya que la gente desaparece en algún lado de manera misteriosa. De todas maneras coloco aquí las fotos de este ascenso, algunas de ellas buscan sólo justificar la sensación desagradable que me acompañó. Otras fueron tomadas muy rápidamente, ya que la congestión era considerable, y por eso en el puente incluso había un tipo cuya función era apurar a las personas.

Una vez debajo, mientras tomaba aire, me di cuenta de que la subida me había servido para dos cosas: para apreciar la verdadera altura del edificio (son 360 escalones, oí por allí, sólo de bajada), y para tomar consciencia de que la estructura (y probablemente la de todas las iglesias) es hueca. Hasta lo que en apariencia es más macizo, como las torres, es completamente hueco (aunque un muro de unos 30 cms. en piedra es algo a considerar). No sé por qué, hasta este momento las torres eran para mí mayormente piedra. No es así.

Dormido, con la rodilla golpeada (fue en algún momento del descenso), y cansado, partí rumbo a La Pedrera. Demasiado cerca para tomar metro, demasiado lejos para caminar en estas condiciones. Elegí caminar, tomé unas fotos y decidí no entrar, ya que el costo era el mismo que el de la Sagrada Familia (8 euros) y me pareció excesivo. Luego un portorriqueño me diría que realmente vale la pena, tal vez vaya otro día.

Me tomé el metro para ir al Parc Güell, aunque estaba con más ganas de irme a dormir. Bajé en la estación correcta, seguí las direcciones de dos carteles (ya que, por la altura en la que está ubicado, ningún metro te deja cerca, probablemente por el costo de hacer una estación allí), y evidentemente me perdí un tercer cartel, ya que terminé al norte del parque, desorientado en medio de un laberinto de calles que además eran empinadas (recuerden mi cansancio). Consultando, me enteré de que se podía ingresar a través de un callejón (que había desechado como posibilidad debido al cartel que indicaba, para los autos, que la calle se terminaba). No recuerdo bien qué pensé cuando me dijeron que todavía me esperaba un ascenso a través del bosque, pero no debe haber sido bueno.

Atravesando el bosque, me encontré con un artista (ex-arquitecto) portorriqueño que vive en Brooklyn y se está llenando de plata haciendo unas obras de arte que consisten en un sinnúmero de hilos transparentes con bolitas de colores, trozos de vidrio, etc., ubicados de tal manera que generan un modelo tridimensional. La idea es muy buena, pero cada obra le lleva casi dos meses de trabajo. Me mostró varias fotos de sus obras, la que más me gustó era un cuerpo femenino (que había hecho tomando como punto de partida un maniquí), aunque él estaba más orgulloso de haber replicado un traje de Jennifer Lopez con trozos de vidrio verde tomados de botellas tiradas de su barrio. Este portorriqueño es el autor de la que hasta ahora es la única foto en la que yo aparezco, aún no la he visto, pero seguramente mi cansancio será evidente.

Volvamos al relato. Me preguntó por la salida norte, y luego de oir mi relato, rápidamente quedó disuadido y decidió salir por donde había ingresado (el sur). Bajamos juntos, saqué algunas fotos mientras conversábamos (estaba realmente cansado como para apreciar la belleza del lagarto de mosaicos y otras cosas, si es que realmente tienen alguna), y luego me despedí de él.

Salí a caminar por el parque, que dejando de lado las partes en cerámica, me pareció muy hermoso. Me gustaron particularmente las arcadas y los bordes de los caminos, realizados con piedras marrones y unas formas que cumplen con el propósito de recordar vagamente a la naturaleza (aunque en este caso no representen nada en particular). Si bien llaman la atención por ser tan diferentes a lo que uno está acostumbrado, creo que armonizan mejor con el entorno que los clásicos bordes de cemento lisos.

Salí del parque por la salida este (ya a esta altura, no sabía qué era qué). Al ya largo camino hacia el metro debía sumarle casi un kilómetro. Escuchando conversaciones ajenas, me enteré de que el 24, un colectivo, me dejaba bien. Nunca me había tomado un colectivo, y corría el riesgo de quedar en ridículo, como cuando me tomé un metro, y aún sabiendo que las puertas no se abren si no se lo indicás, no logré abrirlas (ya que accioné la manivela antes de que se hubiera detenido por completo). Subí al colectivo, con mi tarjeta de metro (la T-10, de 10 viajes, sirve tanto para metro, colectivo y tren, y sale 6,65). Para quien le interese, le comento que se puede subir al metro por delante o por el medio. Por delante se puede pagar en efectivo (en este caso, el viaje sale 1,20 euros, subir con cambio), pero si te mandás para atrás te encontrás una máquina donde le metés la tarjeta y listo. Debe ser bastante fácil colarse aquí (qué mentalidad de argentino...). El inconveniente del colectivo es que es realmente lento, muy lento, hay muchos semáforos y se avanza muy lentamente. Una curiosidad: cuando las puertas se abren para dejar bajar o subir pasajeros, el colectivo se inclina hacia la vereda, dejando bajar el lado derecho del mismo. Cuando las puertas se cierran, se endereza nuevamente.

Y así termina el día. No voy a aburrirlos con más detalles, entre una cosa y otra me acosté casi a la medianoche, aunque yo quería irme a dormir a las 21. Ah, también llovió un poco.

Haré un par de comentarios adicionales. El primero es que, en este hostal, la gente vive como si estuviera de viajes de egresados. Todavía no me he acostumbrado a esto. El segundo es que los catalanes son realmente tacaños, creo que aquí la fiebre consumista no ha llegado y posiblemente nunca lo haga (si querés indignar a un catalán, tenés que decirle que te tomaste un taxi). Se consideran a sí mismos (y son considerados) la parte más europea de España. Hay que ver qué entienden por el adjetivo "europeo", de todas maneras.

También quería comentar que todo el tiempo se está limpiando la ciudad. Durante la noche, pasan unos camiones que se conectan a unos picos que están ocultos en las veredas (de donde bombean el agua), y unos operarios limpian veredas y calles con agua a presión. Durante el día, es común ver gente barriendo, recogiendo la basura, incluso pintando las paredes que han sido dañadas con graffitis (hay mucho graffiti aquí, incluso en la Sagrada Familia). Cada vez que pintan una pared deben mezclar los colores apropiados ahí mismo, y luego pintarla. Si bien parecen ganar la lucha contra la suciedad en las calles, con los graffitis no tienen tanto éxito.

Finalmente, si alguien necesita darse una idea de las dimensiones culturales de esta ciudad (aunque los turistas sólo se interesen por la playa y la Sagrada Familia), es recomendable pasarse por el puesto de información que hay junto a la Rambla, y ver la cantidad de folletos de actividades culturales que hay. Creo que esta ciudad de menos de dos millones de habitantes no tiene nada para envidiarle a Buenos Aires, al menos en cantidad de opciones.


La Sagrada Familia, desde afuera:







Los andamios internos, son muchísimos:


La Sagrada Familia desde afuera, lado opuesto al anterior:








Una puerta de entrada. Vienen de a pares, aunque aquí no se ve la otra:


Interior:








Grifo en la pared exterior de la escuelita (no hay fotos de ella):


El exterior, de nuevo:





Ascendiendo por una escalera estrecha, apenas comienzas a caminar ves esto por los huecos/ventanas de las torres:



Fotos tomadas a toda velocidad desde creo que un "balcón":







Foto de la parte interna de la torre, tomada hacia arriba. Se ven las personas que están ascendiendo, y la dimensión de la abertura hacia el foso:



Esta foto la tomé sólo para que se puedan dar una idea del ancho de la escalera por la que uno asciende:


El foso interno:


Estas fotos creo que son las que tomé a toda velocidad desde el puente que une dos torres (una reservada para ascenso y otra para descenso):










Foto del foso interno de una torre:


Foto del italiano que descendía delante mío, tomada para que tengan una referencia de las dimensiones de la escalera:


Fotos desde otro balcón:




El tramo final del descenso es más sencillo, ya que las escaleras son más anchas:


Luego de reposar y tomar medio litro de agua, otras fotos exteriores:



La Pedrera, fotos exteriores:




La Pedrera. Lo que se ve en los vidrios no es un reflejo, sino el interior del edificio:


Caminando hacia Parc Güell:



A punto de entrar al Parc Güell por el lado equivocado (por el norte). Se ve el bosque:























Una paloma atentó contra el parque arrancando una piedra de una de las barandas delante de mis ojos. He aquí lo que ha quedado del atentado:










Salida Este del parque:

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